Discurso dado ante el Círculo de Empresarios, Madrid 13 de Junio de 2002. Johan Norberg es autor del libro En defensa del capitalismo global, publicado por Timbro y ganador del Premio Antony Fisher.
En los años 60, dos suecos visitaron varios países asiáticos como India, Indonesia, Malasia o China, y quedaron horrorizados por la pobreza que contemplaron allí. No podían creer en un futuro esperanzador y pensaron que, posiblemente, la única salida de muchos de estos países era la revolución socialista. En el pueblo indio de Saijani conocieron a Bhagant, un joven agricultor intocable, pobre y analfabeto, que vivía entre basura y luchaba diariamente por su supervivencia.
Treinta años después, cuando regresaron a esos mismos países que habían visitado treinta años antes, no podían creer lo equivocados que habían estado acerca de la abyecta miseria y el desastre que habían visto. Ahora observaban que más y más gente había sido liberada de la pobreza, el hambre y la insalubridad.
Cuando encontraron de nuevo a Bhagant, ahora un anciano, su casa estaba construida de ladrillo y no de barro, y todos sus vecinos tenían ahora zapatos en sus pies y ropa limpia – y no harapos – sobre su piel. Sus nietos iban todos a la escuela. Fuera, las calles tienen alcantarillado, y el perfume de la tierra cultivada había reemplazado el hedor de los excrementos y la basura. Treinta años antes, Bhagant no sabía que vivía en la India. Ahora ve las noticias internacionales en la televisión.
Este desarrollo no ha surgido de ninguna revolución socialista sino, por el contrario, de una tendencia de las dos décadas pasadas hacia una mayor libertad individual. El comercio internacional y la libertad de elegir han crecido; las inversiones y ayudas al desarrollo han transmitido ideas y recursos. Muchos beneficios se han derivado del conocimiento, riqueza y tecnología de otros países.
Pero el mayor cambio ha tenido lugar en la manera de pensar y de soñar de la gente corriente. La televisión y los periódicos aportan ideas e impresiones de todos los lugares del mundo, ampliando la noción sobre lo que es posible. Esto implica nuevas libertades para mujeres que siempre han estado oprimidas, ahora que tienen más oportunidades de conseguir un trabajo y, por tanto, ser más independientes de sus maridos. Los nuevos mercados financieros permiten a los granjeros que necesitan dinero para educación o su granja no acudir al prestamista que da dinero sobre la garantía del futuro trabajo de sus hijos. Cuando aparecen nuevas empresas, y es posible elegir entre diferentes empleos, el control total que los terratenientes solían tener se desvanece.
Toda la generación de Bhagant era analfabeta. De la generación de sus hijos, solo unos pocos podían ir a la escuela, y, finalmente, toda la generación de sus nietos va al colegio. Bhagant se da cuenta de que las cosas han mejorado. La libertad y la prosperidad han crecido. Hoy en día, los niños son el mayor problema.
Cuando él era joven, los niños eran obedientes y ayudaban en casa. Hoy se han hecho terriblemente independientes, ganando dinero por su cuenta. Esto puede provocar tensiones, pero no es ni mucho menos lo mismo que el riesgo de contemplar a tus hijos morir de hambre.
El progreso en estos países es muy lento. Pero aún así es más rápido de lo que nunca había sido. La postura que adoptemos usted y yo y todos los demás habitantes del mundo desarrollado sobre el candente asunto de la globalización puede decidir cuanta gente va a compartir el desarrollo que ha tenido lugar en el pueblo de Bhagant, o si el desarrollo debe dar marcha atrás.
El progreso
Lo más importante que ha sucedido desde la primera ola de industrialización y desarrollo del siglo XIX es su difusión por todo el mundo en las últimas décadas. Durante los últimos 50 años, la pobreza global se ha reducido más que en los 500 años anteriores juntos. En los últimos 30 años, la renta media en los países en desarrollo se ha duplicado. Durante las últimas dos décadas, la proporción de la pobreza absoluta – es decir, las personas con un ingreso inferior al dólar diario – se ha reducido del 31 al 20 por ciento. Incluso, a pesar de que la población total ha aumentado en 1.500 millones, también se ha reducido en números absolutos por primera vez desde que se registra esta estadística en alrededor de 200 millones.
Otros indicadores de bienestar en el tercer mundo muestran el mismo patrón. Cuando se tienen recursos, se puede incrementar el nivel de vida. Durante los últimos 50 años, el analfabetismo entre los jóvenes se ha reducido del 70 al 25%. La mortalidad infantil se ha reducido del 18 al 8%. La esperanza de vida ha crecido de 46 a 64 años. Durante los últimos 30 años, las situaciones de hambre permanente se han reducido del 37 al 18%.
En otras palabras, estos indicadores están mejor hoy en los países en desarrollo de lo que estaban en los países ricos hace cien años. ¿Por qué ha sucedido esto?
Mi respuesta es que esto ha sido el resultado del hecho de que algunas cosas que solían ser propiedad exclusiva de los países occidentales se han empezado a difundir por el mundo, cosas como la riqueza, las inversiones, las multinacionales, las ideas, los medios de comunicación, la ciencia, la tecnología, la medicina, etc.. Lo gracioso es que todo esto es exactamente eso que se denomina, quizá un poco a la ligera, globalización. La India de Bhagant, que intentó el proteccionismo y el estatismo tras la independencia, es el resultado de la especialización económica en los 80 y la liberalización de los 90.
El movimiento antiglobalización se queja de que la globalización crea pobreza y desigualdad. Eso es una verdad a medias. Si se considera la pobreza están completamente equivocados, ya que se puede observar que la pobreza ha disminuido en las décadas de la globalización. Pero están en lo cierto cuando dicen que este es un mundo desigual. El factor que más determina el nivel de vida de un individuo y sus oportunidades de prosperar es la latitud en la que ha nacido. El 20% de la población consume el 80% de los recursos mundiales. Pero esto no significa que ellos, es decir, nosotros los del Norte, les quitemos esos recursos al resto del mundo. No, nosotros creamos el 80% de la producción de los nuevos recursos. Y eso no tiene nada que ver con que seamos más listos o trabajemos más que el resto. Tiene que ver con el hecho de que somos quienes tenemos la libertad de emplear nuestra inteligencia en lo que consideramos adecuado, y que tenemos la libertad de trabajar en nuestro propio beneficio, libertades estas que en el Sur se tienen en mucho menor grado.
Hay una distribución desigual de la riqueza en el mundo, pero esto por la desigual distribución del capitalismo. Aquellos que tienen capitalismo se hacen ricos, los que no lo tienen permanecen pobres. Si destruyéramos el capitalismo todos seríamos pobres pero, eso sí, iguales.
Por medio de la producción y el crecimiento económico, se produce más riqueza, y el capitalismo fomenta una producción cada vez mayor y más eficiente, pues si no logras ese objetivo te encuentras fuera del negocio. Fomenta y recompensa inversiones a largo plazo en una producción mejor. El comercio libre es comercio justo, casi por definición, porque un trato no se hace mientras ambas partes no piensen que ambos ganan algo de él. Al contrario que en los campeonatos de fútbol, ganan ambas partes.
Cuanto mayor es el grado de libertad económica en un país, mayor es la oportunidad del mismo de conseguir más prosperidad, un crecimiento más rápido, un nivel de vida más alto, etc.. Si decidimos dividir el mundo en cinco grupos dependiendo del grado de libertad económica, como ha hecho el canadiense Instituto Fraser, vemos que los países más libres son diez veces más ricos que los menos libres y que tuvieron un crecimiento anual del 2’3% durante la década de los 90 mientras que los menos libres tuvieron un crecimiento negativo del 1’5%. Hay un dato aún más interesante que indica que la gente en los países más libres vive de media 24 años más que la gente en los países menos libres.
Asia contra África
Un interesante ejemplo de esto son los países en vías de desarrollo a lo largo de los últimos 50 años. En Latinoamérica y Áfricas los gobiernos querían autosuficiencia y monopolios estatales. El resultado fueron industrias crecientemente ineficientes detrás de barreras proteccionistas. Al final no podían ni sufragar las máquinas necesarias para continuar la producción. Las economías se derrumbaron hace unos veinte años y dejaron a la población con grandes deudas.
Contraste esto con los países del sudeste asiático que se aprovecharon de la división internacional del trabajo con una política orientada a la exportación. Hicieron lo que mejor sabían hacer y el resto lo importaban. Tenían un gran intervencionismo gubernamental, pero controlado por las señales del mercado; cuando una empresa no era competitiva, se la ponía fuera del mercado. Estos países tienen ahora un nivel de vida cercano al europeo.
A mediados de los años sesenta, Zambia era el doble de rica que Corea del Sur, y ahora Corea del Sur es 27 veces más rica que Zambia. Esto no puede explicarse por diferencias en la inteligencia o la ética del trabajo. La otra parte de Corea, Corea del Norte – y Birmania – otra de las economías del sudeste asiático, no ha tenido tanta suerte. Tienen una economía autosuficiente y planificada centralmente, y en duro contraste con sus vecinos, permanecen anclados en una profunda miseria.
Por otro lado tenemos a algunos países africanos que han intentado algunas reformas liberalizadoras, aunque muy lentamente, como Botswana, Mauritania, Ghana y Uganda, y no se han atascado en la misma pobreza que el resto del continente, presentando en cambio crecimiento y una leve reducción de la pobreza.
Podemos observar esto en todo el mundo. Se puede observar como China e India han comenzado a hacer rápidos progresos cuando empezaron a desrregular sus mercados, se puede observar como países con mercados libres como Chile y Méjico crecen más rápidamente que el resto de Latinoamérica y se puede observar esto incluso en las severamente planificadas economías del mundo árabe. Pequeños países árabes que han hecho reformas liberales, como Bahrein y Qatar, han experimentado un rápido crecimiento.
La globalización significa libertad
La libertad económica, que significa tanto progreso económico como más libertad, es también una oportunidad para conseguir libertades políticas. A largo plazo es difícil para los dictadores que aceptan la libertad económica el evitar la libertad política. Durante las últimas décadas, en país tras país hemos podido ver como los gobernantes que han garantizado a sus ciudadanos el derecho a escoger bienes e invertir libremente finalmente se han visto forzados a darle una elección libre de gobernantes. Eso ha pasado en dictaduras del Sureste asiático y de Latinoamérica. El partido único de Méjico se derrumbó un par de años después de que el país optara por el comercio libre. La dictadura de Suharto se derrumbó como una baraja de cartas en el despertar de la crisis asiática, y en estos momentos podemos ver como los primeros movimientos hacia la democracia están teniendo lugar en África, en los mismos países que se ha comprometido con los mercados libres.
La gente que crece más rica, mejor educada y más acostumbrada a escoger, no acepta que otros elijan en su lugar, de modo que la economía de mercado a menudo desemboca en democracia. Un sistema económico descentralizado hace posible el establecimiento de grupos independientes del poder político, que al fin y al cabo es la base del pluralismo. Encuestas internacionales sobre libertad económica han mostrado que los ciudadanos con capacidad de comerciar internacionalmente tienen aproximadamente cuatro veces más posibilidades de disfrutar de democracia que quienes no tienen ese derecho. Esta es, en parte, la razón por la que los activistas chinos desean que su país se una a la Organización Internacional de Comercio, mientras que los comunistas de la vieja escuela y el Ejército se oponen. La entrada obligará a mayor transparencia y descentralización, aparte de que una dictadura que siempre ha sido tiránica y arbitraria será obligada a someterse a un código internacional imparcial.
Pero, en tal caso, ¿como es posible que tanta gente, desde manifestantes a profesores, piense que la globalización y el comercio crea pobreza? Una de las razones es que piensan que, tras la caída del comunismo, ya sólo queda en el mundo capitalismo y lo que ellos denominan neoliberalismo. En ese caso, si aún quedan problemas en el mundo como pobreza, enfermedad, desigualdad, etc., debemos culpar de ellos al capitalismo. Pero lo que olvidan es que el capitalismo está solucionando esos problemas, más rápido que nunca. Culpar al capitalismo por los enormes problemas en África, el continente menos democrático, capitalista y globalizado, es como culpar a los médicos de tu mala salud sin haber visitado nunca a ninguno.
Otra razón puede ser que realmente no entiendan lo que es la globalización. En su reciente libro El malestar en la globalización, el Premio Nobel Joseph Stiglitz se queja de que la globalización empobrece a la gente, pero resulta que lo que él entiende por globalización es el Fondo Monetario Internacional. Pero fuera o no un error del FMI el reclamar tasas de interés más altas durante la crisis asiática del 97, poco tiene eso que ver con los méritos de la globalización. El FMI es una institución política, que intenta dirigir economías por medio del dinero de los contribuyentes, y padece de los mismos defectos que otras instituciones gubernamentales y agencias de ayuda. La globalización es otra cosa, es nuestro día a día, nuestras acciones voluntarias, donde compramos, donde viajamos, donde invertimos.
Muchos se sienten impotentes ante la perspectiva de la globalización, y este sentimiento se comprende fácilmente cuando nos enfrentamos con las decisiones descentralizadas de millones de personas. Si los demás tienen la libertad de vivir sus propias vidas, no tenemos poder sobre ellos. Pero, a cambio, obtenemos un poder mucho mayor sobre nuestras propias vidas. Este tipo de impotencia es buena cosa. No hay nadie en el asiento del conductor, porque cada uno de nosotros está conduciendo su vida en muchas más direcciones.
Internet se marchitaría y moriría si no enviáramos correos electrónicos, no encargáramos libros y no nos bajáramos música todos los días en esta red de ordenadores global, ninguna empresa buscaría productos del extranjero si no los pidiéramos, y nadie invertiría dinero más allá de la frontera si no hubiera emprendedores deseando invertir en respuesta a la demanda de los consumidores. La globalización la forman nuestras acciones cotidianas. Comemos plátanos de Ecuador, bebemos té de Sri Lanka, vemos películas americanas, pedimos libros al Reino Unido, trabajamos para empresas de exportación que venden en Rusia y Alemania, nos vamos de vacaciones a Tailandia y ahorramos dinero para nuestra jubilación en fondos de pensión invertidos en Sudamérica y Asia. Los recursos pueden ser canalizados por corporaciones financieras y los bienes transportados entre fronteras por diversas empresas, pero sólo se hace porque nosotros queremos que se haga. La globalización tiene lugar por abajo, aunque los políticos vayan detrás de ella con todo un abanico de siglas – UE, FMI, BM, ONU, UNCTAD, OCDE – en un intento de estructurar el proceso.
Los críticos llaman a la globalización la «globalización de las multinacionales». Eso es una tontería. Las grandes empresas tienen mas poder en sociedades cerradas, con privilegios y aranceles que impiden a otras empresas competir y a los consumidores elegir. En ese tipo de sociedades, como la latinoamericana tras la Segunda Guerra Mundial, las multinacionales pueden hacer productos caros y malos ya gente está obligada a acudir a sus sedes y trabajar para ellas.
La globalización es la manera de dar a las multinacionales más libertad para comerciar e invertir pero, al mismo tiempo, quitándoles poder. En un mercado libre, las empresas son como camareros; son libres de ofrecerte el menú pero si no estás interesado puedes ir a cualquier otro sitio. El comercio libre significa que otros camareros, incluso extranjeros, pueden ofrecerte menús en competencia. Tú estás al cargo. Puede que sean las grandes empresas y los bancos quienes transporten bienes y capitales a través de las fronteras, pero si no fuera por el hecho de que existe una demanda popular por ellos, no lo harían.
¡La globalización la controlamos nosotros, las personas!
Y además beneficia a los más pobres. Para los países pobres no resulta un problema que haya países ricos, como el movimiento antiglobalización parece sugerir. Al contrario, es una gran oportunidad. 130 años atrás, a Suecia le benefició el hecho de que países como Inglaterra y Francia fueran mucho más ricos y más industrializados. Eso significó que pudiera emplear directamente ideas y tecnología provenientes de estos países, que a ellos les costó mucho más, en tiempo y dinero, desarrollar desde el principio.
Las multinacionales que invierten en países pobres le llevan nueva maquinaria, mejor tecnología, mejor gestión e ideas para la producción, un mercado más amplio y educación para sus trabajadores, que incrementará su productividad y bienestar. 130 años atrás, Suecia pudo obtener capital de Inglaterra para invertir y desarrollar su propia producción e infraestructura, pudo vender más bienes y pudo finalmente comprar bienes más avanzados. ¿Y como pagamos esto? ¡Teniendo tasas de crecimiento mucho más altas!
Las estadísticas muestran claramente que las economías abiertas pobres crecen más rápido que las economías abiertas ricas. El comercio libre hace más ricos a los ricos, y a los pobres, pero los ricos no se benefician tan rápidamente como los pobres.
Las posibilidades de un rápido crecimiento para los países pobres son más altas cuanto más evolucionado esté el resto del mundo. Cuando Inglaterra empezó a duplicar su riqueza, en 1780, le costó 50 años. Cuando Japón hizo lo propio cien años más tarde tardó 34 años. Y cuando Corea del Sur hizo lo mismo otros cien años después, le llevó sólo 11 años. Cuando los países están conectados unos a otros con comercio y movimiento de capitales, los pobres parecen ser los que más ganan.
Proteccionismo
Y aquí llegamos a la que debería ser la principal preocupación sobre el comportamiento de los países occidentales. Porque no es que estén intentando engañar a los países en vías de desarrollo para que realicen una especie de globalización neoliberal, sino que no les están dejando participar en ella.
A lo largo de los últimos cincuenta años, se ha liberalizado el comercio de todo el espectro de productos con dos excepciones: los productos textiles y agrarios. Y los productos que la UE y los Estados Unidos no frenan con aranceles y cuotas, los para con medidas anti-dumping, reglas burocráticas sobre su origen, el principio de precaución, medidas de protección ambiental, etc.. El Programa de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas asegura que los países en vías de desarrollo pierden anualmente unos 700 billones de dólares en exportaciones debido a nuestros aranceles y cuotas. Esto es 14 veces más de lo que les llega en ayuda exterior cada año. Destruimos sus posibilidades de enriquecerse, al mismo que tiempo que nos negamos a nosotros mismos productos mejores y más baratos y más especialización y eficiencia.
Y es que el aspecto más absurdo de todo esto es el daño que nos hacemos a nosotros mismos con esta política. El economista francés Patrick Messerlin ha indicado que los pocos trabajos que el proteccionismo de la Unión Europea ha salvado lo han sido a un coste de unos 200.000 dólares por empleo, que es aproximadamente diez veces el salario medio en esas industrias. A ese precio, podríamos dar a cada trabajador un Rolls Royce cada año. El coste total del proteccionismo de la Unión Europea llega hasta el 5-7 % del PIB de la Unión Europea, lo que es más o menos tres veces el de Suecia.
Desde la caída de la Unión Soviética y las reformas económicas en China sólo quedan en el mundo tres economías planificadas centralmente: Corea del Norte, Cuba y la Política Agraria Común de la UE. La PAC no solo mantiene a los exportadores del tercer mundo fuera del marcado con sus enormes aranceles y cuotas y los billones de dólares con que subsidian a los granjeros europeos, sino que, vendiendo en el mercado internacional el excedente subvencionado, la Unión Europea también logra hundirlos en el tercer mundo.
Los cálculos más recientes muestran que el coste total que sufren los consumidores y contribuyentes de los 29 países miembros de la OCDE por las barreras comerciales y el apoyo a la agricultura llega a los 360 billones de dólares. Una suma tan grande es difícil de comprender, pero es suficientemente grande como para pagar un billete de clase preferente para hacer un viaje en avión alrededor del mundo a cada una de las 50 millones de vacas que hay en esos países, y aún les dejaría 2.800 dólares para gastar en sus paradas en los Estados Unidos, Europa y Asia. Y podrían hacer un viaje de esta naturaleza cada año. Esto es lo que nos cuesta la destrucción del libre comercio y de las posibilidades de los países pobres de desarrollar sus propias economías.
Si los países ricos fueran sinceros en su retórica sobre la justicia global y el desarrollo, deberían abolir el proteccionismo. Lo que, dicho sea de paso, es la causa del título de mi libro. Hemos desarrollado cierto tipo de capitalismo en nuestra parte del mundo donde tenemos libertad de poseer, competir y comerciar sin intervención gubernamental. Pero sólo tendremos un capitalismo global cuando el resto del mundo tenga las mismas libertades. Creo que ese objetivo merece una defensa.
Tomado de: www.liberalismo.org | Foto: travelnewyork.co.uk