Estuve un tiempo, quizás media hora o algo así, buscando maneras de iniciar este artículo, y al final se me ocurrió empezarlo aludiendo a lo que verán en mi ficha de autor de iF Revista Digital: “Artista de vez en cuando”, y es verdad, quizás no les importe mucho, pero siento necesario contar que estudié música en un conservatorio por cinco años, que tuve una banda de rock y que escribo ficciones, para que entiendan que lo que diré a continuación tiene a la experiencia como base.
Sí, tuve una banda de rock. Duramos cinco años juntos y nos separamos porque las diferencias políticas, entre quienes la formábamos, hacían que nuestra convivencia fuera insoportable. Pero eso no viene al caso por ahora, sino la razón por la que no surgimos como hubiésemos querido: el sistema económico socialista que tenemos en Venezuela. Sonará raro que un roquero hable así, pues lo que un roquero suele pedir al gobierno es que intervenga cada vez y, si es para “apoyarlo”, mejor.
Mientras estuve en la movida alternativa con mi banda Pentatoniks —que co-fundé en el año 2008—, le escuchaba mucho a los roqueros, tanto opositores como chavistas y ninis, que el arte necesitaba “más apoyo del gobierno”. Inclusive, independientemente de las orientaciones políticas, todo el mundo aplaudía cosas como el Frente Nacional de Bandas Rebeldes, el Gillmanfest y ahora el Suena Caracas. Yo también cometí el error de aplaudirlas, de pensar que era “una de las pocas cosas buenas que había hecho la dictadura”.
Al tiempo, no sólo me di cuenta de que toda esta iniciativa del Estado escondía negocios turbios referentes a los presupuestos millonarios que se aprobaban para llevarlas a cabo, sino que ese dinero no era gratis: a la larga, se termina pagando de otras maneras, con más impuestos, más inflación y, en el caso de los artistas, con la humillación que representa ser excluido de la repartición de dichos recursos. No hay nada más humillante que las colas que se hacen en las sedes de FUNDARTE o del Ministerio del Poder Popular la Cultura, repletas de artistas que mendigan la ayuda de un Estado que ni siquiera tendrá la cortesía de llamarles luego para decirles “no”.
El arte vive del mecenazgo porque el proceso creativo no siempre tiene en cuenta factores de mercado que lo rentabilicen, es decir, el arte no siempre genera dinero, y de igual forma el artista debe cubrir sus necesidades básicas. Si nadie sabe o quiere hacer otra cosa que no tenga que ver con el arte, tendrá que buscar un financista para que costee sus gastos de vida mientras se dedica a crear; y de hecho, eso es lo que los artistas, famosos o no, hacen: buscan a alguien que los patrocine, las discográficas en el caso de la música, las editoriales en el caso de la literatura, los galeristas en el caso de las artes plásticas y los medios de comunicación y compañías de teatro en el caso de los actores, etc. Estos financistas suelen ser empresas privadas dedicadas al mundo de la cultura y el entretenimiento que saben cómo hacer el dinero necesario para mantener a los artistas. Tan simple como eso.
Para que la industria privada de las artes y la cultura se pueda desarrollar, el sistema que debe imperar en un país es la libertad económica, el capitalismo, que abarata los costos y cunde de prosperidad a las familias. Nadie puede esperar que existan editoriales, o compañías de teatro, o galerías o estudios cinematográficos en países como Venezuela, donde la gente se gasta prácticamente todo el dinero en comida.
A quién más afecta el intrusismo económico del Estado es precisamente al artista porque la cultura es un bien de demanda superior y la gente sólo lo consume cuando ya ha cubierto la totalidad de sus necesidades básicas. Es muy extraño que alguien elija un libro ante un plato de comida si tuviera que hacerlo, y en Venezuela lo sabemos bien: aquí ya no existen disqueras, hay muy pocas galerías, el teatro está pasando por una crisis a pesar de que se han hecho esfuerzos privados importantes para mantenerlo en pie, y las tres o cuatro editoriales que quedan son grandes multinacionales que sólo publican libros de autoayuda de personajes que tienen programas de televisión y trescientos mil seguidores en Twitter.
No es por casualidad que la mayor industria del cine, el espectáculo y la cultura sea la estadounidense, que es casi en su totalidad privada y ha podido desarrollarse por largo tiempo en un entorno de negocios relativamente capitalista. Los artistas venezolanos deberían aspirar a eso, y no a la minúscula migaja que el gobierno puede ofrecer.
Por Nixon Piñango.