A pesar de que, reiteradamente, Juan Guaidó prometió que no iba a ser víctima de «falsos diálogos», ya que «solo le sirven al régimen para ganar tiempo», los venezolanos nos encontramos en medio de diálogos y más diálogos. ¿Qué ha pasado?
El presidente (E) no aseguró solo una vez que el camino era el «cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres». Insistió en ello tantas veces que son imposibles de contar. Fue con ese lema que, originalmente, los venezolanos confiamos en él, depositándole todo nuestro respaldo.
Y tal como el Guaidó de enero negó rotundamente cualquier posible «diálogo» o «negociación», de igual manera negó cualquier elección que ocurriera antes de cesar la usurpación, ya que aquel Guaidó tenía muy clara la secuencia a seguir: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres. Sin embargo, ese líderazgo desapareció, encontrándonos hoy en medio de diálogos donde se negocian elecciones, sin haber cesado la usurpación previamente.
La pregunta es simple para el lector. Si el Guaidó de enero hubiese prometido lo que finalmente está poniendo en práctica (diálogos y elecciones), ¿hubiera logrado el mismo apoyo que recibió de los venezolanos y de la comunidad internacional?
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Evidentemente, el discurso esta dirigencia política ha cambiado. Algunos se percataron de ello muy temprano, otros posteriormente, y los demás no lo han hecho o no lo harán, por una razón u otra. Dentro de este último grupo hay venezolanos, con buenas, o no tan buenas intenciones, que utilizan un solo argumento para defender su posición: «Guaidó es lo único que tenemos, dejemos de criticarlo». Se podría creer que la primera afirmación es cierta, en mayor o menor medida, pero la consiguiente sugerencia para que cesemos nuestras críticas son muy repugnantes.
Es fundamental comprender por qué la crítica a Juan Guaidó, en su posición de presidente encargado, no solo es legítima sino necesaria en nuestro ejercicio de la ciudadanía para combatir una tiranía de este nivel, tal como han explicado notables venezolanos como Emmanuel Rincón.
Efectivamente, los venezolanos tenemos la carta más seria que jamás pudimos imaginar: un presidente encargado, reconocido no solo por nosotros, los venezolanos, sino por más de cincuenta gobiernos democráticos del mundo. Definitivamente, muchos decidimos apostar por esta carta. Pero ella no va a vencer a ninguna estructura terrorista por el mero hecho de existir, sino que hay que usarla de forma inteligente. El que la administra es Juan Guaidó, por lo tanto, evidentemente, millones le dimos el apoyo, no por el hecho de ser él, sino por ser quien administra tamaña responsabilidad. Sin embargo, Juan Guaidó ha tenido dos opciones: escuchar a quienes defienden su mensaje original y escuchar a quienes quieren diálogo y elecciones. Lamentablemente, está escogiendo a estos últimos.
Juan Guaidó ha tenido dos opciones: escuchar a quienes defienden su mensaje original y escuchar a quienes quieren diálogo y elecciones. Lamentablemente, está escogiendo a estos últimos.
Es a partir de dicha situación que nuestra crítica está plenamente justificada, por el simple hecho de que nuestro deber ciudadano no es admirar a ninguna especie de caudillo «salvador» hasta en sus peores momentos, sino defender las ideas correctas.
Es decir, no estamos aquí para defender a Guaidó, sino el cese de la usurpación, el gobierno de transición y las elecciones libres. En ese sentido, no se critica porque «somos chavistas que queremos destruir a Guaidó» —acusación que casualmente utilizan políticos que sí tienen vínculos probados con el chavismo— , sino porque más bien, reivindicamos el mensaje original del presidente (E).
Y es que algo está muy claro. Si no criticamos a Guaidó en sus desviados objetivos, ¿por qué pensaría siquiera en retomar sus estrategias originales? Es decir, nosotros, los ciudadanos que creemos en la importancia de la figura de Presidente Encargado, tenemos el deber de recordarle cuáles son las metas y los objetivos, ya que es él hoy día quien ostenta el cargo, a menos que a Guaidó le interese más la opinión de los partidos políticos que la de los ciudadanos venezolanos.
Otra de las ideas que algunos tratan de imponer es que la crítica vaya hacia Maduro, no hacia Guaidó. A esas personas sería interesante preguntarles: ¿Qué se logrará al final del día criticando a Maduro? Es decir, ¿qué se logrará al final del día haciendo algo que ya se ha hecho por 20 años? ¿De verdad consideran que la crítica de los venezolanos va a poner a tambalear a esta tiranía? ¿Desde cuándo esta tiranía es tan noble para preocuparse por nuestra opinión?
A lo que se quiere llegar con todo esto, es a que se comprenda para qué sirve una crítica: para intentar que se rectifique un comportamiento. Partiendo de esa base, y sabiendo que la tiranía nunca ha mostrado intenciones de rectificación, es más que evidente que, en términos prácticos, criticar al régimen terminará resultando en lo mismo que ha resultado hasta ahora: en una completa inutilidad, ya que el mismo no va a rectificar por críticas que hagan los venezolanos, porque no se está lidiando con un gobierno normal, compasivo, sino con uno excesivamente sádico.
Sin embargo, Juan Guaidó es quien debería representar hoy día a Venezuela y si los objetivos se desvían, los venezolanos tenemos no solo el derecho, sino también el deber de reclamar, exigir y criticar lo que sea necesario para que se rectifique y se logren los verdaderos objetivos.
No me gustaría cerrar esta nota sin dejar otra pregunta para la reflexión. Si fuera Winston Churchill el que ocupara el cargo de Juan Guaidó, ¿Dónde creen que estaría? ¿Sentado, en una mesa, dialogando para salir al día siguiente a recorrer barrios, en una suerte de campaña electoral, para decir que vamos bien? ¿O en contacto recurrente con Washington para promover salidas realistas?
Creo que la historia ya nos dio la respuesta, pero opinen ustedes.
Este artículo ha sido redactado y enviado por un lector de iF Revista Digital