La transición es la palabra que más ha estado en boca de los venezolanos en los últimos días. Sea dentro o fuera del país, todos aspiramos a que efectivamente esta ocurra.
Sin embargo, pienso que no podemos centrar nuestros esfuerzos solo en ella, debemos entenderla solo como una etapa en el camino a la Venezuela que soñamos; y si eso es así entonces la pregunta que debemos hacernos es, ¿Y después de la transición qué?
Trataré de responder a esta pregunta con la mayor sinceridad.
Para comenzar tenemos que entender que el tirano y sus secuaces son solo los administradores de turno, es decir, los representantes de un complejo aparato cuyo fundamento ideológico es el socialismo. Un sistema de ideas que exige para su implementación un Estado totalitario, controlador, panificador; convirtiéndolo en Estado usurpador de las más elementales de nuestras libertades.
En la Venezuela post transición que yo aspiro, desaparecería para siempre la mal llamada justicia social, donde el gobierno propone extraer riqueza de la gente productiva con la promesa entregársela a sus clientes políticos.
Desaparecerían esos ríos humanos que pierden sus vidas a las puertas de un automercado en interminables filas horas y horas para perseguir un producto. En cambio, tendríamos cientos de locales abarrotados de productos de diferentes partes del mundo a precios competitivos, para satisfacer desde nuestras necesidades más básicas hasta los más caprichosos de nuestros deseos.
En esa Venezuela, el Estado se dedicará a sus funciones básicas de seguridad y justicia. Por tanto, tendríamos nuestras fronteras libres de elementos subversivos y las calles de nuestras ciudades vigiladas por policías bien entrenados y recompensados con buenos salarios.
Con calles limpias, alumbradas y con vías de comunicación en excelentes condiciones, perfectamente demarcadas y señalizadas. Con carreteras y autopistas seguras que nos permitan viajar a lo largo y ancho del país a cualquier hora sin el miedo de ser asesinados.
Un país cuyos principales valores sean la responsabilidad personal y la solidaridad, pero no la solidaridad forzosa impuesta por la mano de hierro del Estado a punta de pistola, que termina mutilando la creatividad y la recursividad humana, convirtiendo a sus benefactores en dependientes; sino la solidaridad del acompañamiento temporal que a la vez empodera con la responsabilidad personal y confiere autonomía al individuo.
Un país donde las leyes dejarían de ser el arma de los tiranos para convertirse en el refugio del inocente y de la gente decente. Con ciudadanos informados que muestran un sano escepticismo frente al poder, donde el político dejará de ser visto como el mesías y la fuerza ciudadana convertida en un gran muro de contención ante cualquier pretensión de atropello por parte de este.
Una Venezuela donde sean sustituidas la igualdad por la prosperidad, la justicia social por la movilidad social; el pueblo por los ciudadanos, la propiedad estatal por la propiedad privada, el gobierno tiránico por el gobierno limitado, la economía controlada y planificada por los mercados libres, el victimismo por la responsabilidad personal; todo lo cual es la antípoda de lo que propone el socialismo como sistema.
Finalmente, para hacer realidad esa Venezuela soñada, hemos de erradicar de nuestra mente y corazón, todo vestigio de ese criminal sistema socialista y que su evocación solo sirva para recordarnos lo oprobioso de sus ideas.
¡Nos vemos en esa Venezuela!
Por: Oliver Pérez