Si los analistas, periodistas y académicos venezolanos tienen una pizca de honestidad y sensatez, en 2018 no van a volver a subestimar a los opositores «radicales».
- Los radicales previeron el bloqueo del referendo revocatorio en 2016. También advirtieron sobre los resultados que tendría el diálogo.
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Ya en 2017, anticiparon el desconocimiento total de la legitimidad de la Asamblea Nacional por parte del resto de los poderes públicos. Esto ya se había hecho efectivo en la práctica, pero fueron los radicales los que advirtieron que la anulación anticipada de cualquier decisión del Parlamento bajo el alegato del «desacato» venía.
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Los radicales rechazaron enérgicamente la validación de partidos políticos, bajo el argumento de que con ello se reconocía a un Poder Electoral que había perdido toda legitimidad al haber bloqueado el revocatorio, reconocido a un TSJ usurpado y violado deliberadamente el cronograma electoral.
No solo eso: sentenciaron que con aquella validación, la dictadura escogía a su oposición legalizada de forma arbitraria, y que esta lista sería modificada luego a conveniencia del partido de gobierno. Tenían razón.
- No dudaron ni por un instante en que se impondría la Asamblea Nacional Constituyente. También se quejaron por la poca o nula resistencia del Parlamento y la MUD para su instalación y el desgano con el que nombraron -con retraso- a un Poder Judicial ilegítimo.
«No están conformes con nada», decían algunos. Pero la verdad es que esos radicales también advirtieron que sin garantías para los nuevos magistrados, que pudo intentar conseguirse con la OEA o cualquier otro país u organismo internacional aliado, ese TSJ sería perseguido.
Lo advirtieron y no se les escuchó. De la clase política y de los académicos y periodistas que le lamen las botas, solo recibieron negativas e insultos.
De nuevo, pasó lo que decían.
- Advirtieron sobre las condiciones y resultados fraudulentos que tendrían las elecciones regionales. Los más osados hablaron del carácter ilegítimo de la totalidad de los comicios. Una vez más, no se equivocaron.
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Más aún, cuando la dirigencia política aseguró a un electorado naturalmente desconfiado que los gobernadores de la MUD no se juramentarían ante la ANC, los radicales fueron los únicos que no creyeron en su promesa. Conocían bien ya la forma de jugar de la coalición y sus partidos cabeza, por lo que la juramentación de los adecos no los tomó por sorpresa.
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Hoy, reclaman que no existen garantías ni condiciones para un proceso de negociación con la dictadura venezolana y que por lo tanto, como todos los procesos anteriores, este diálogo va a fracasar. Tengan por seguro que tampoco se van a equivocar.
Los radicales no tienen una bola de cristal, no son adivinos y la mayoría quizá no tiene el reconocimiento como influencers que tienen los analistas de Prodavinci.
Lo que sí tienen -y de esto carece la clase intelectual venezolana tanto como los anaqueles de harina pan- es sentido común.
Aparentemente es el menos común de los sentidos.
O eso, o nos están tomando el pelo.
No los subestimes más.
Por: Vanessa Novoa