Explicamos cómo y por qué, la oposición venezolana ha engañado al país con sus trampas. No queda duda de que juegan con la tiranía.
Creo que —como muchos venezolanos— yo confié ciegamente en la oposición burocrática hasta que, en 2010, me pasó algo extraño: caí en cuenta de que esa oposición, que se había recién organizado en la Mesa de la Unidad Democrática, había pasado diez años cometiendo errores cíclicos como si una y otra vez se tropezara con la misma piedra.
Hasta entonces, me había creído aquello de que teníamos que “trabajar por una mayoría”, que las “teorías” sobre fraudes electorales eran trapos rojos del propio Chávez para que no participáramos en votaciones y le regaláramos los “espacios”, que todos aquellos que esperaban una salida masiva de los ciudadanos a las calles para pedirle la renuncia al tirano eran unos radicales que no entendían el “juego político”.
Pero en ese año 2010 la cosa fue bastante rara…
Aquellas elecciones parlamentarias de septiembre me habían dejado con un mal sabor de boca; era demasiado obvio el fraude que se estaba fraguando con el famoso tema de las circunscripciones y la inflación de la representación parlamentaria en las zonas geográficas donde el P$UV era fuerte. ¿Y qué decía la MUD sobre eso?: “Puede que el gobierno saque más diputados que nosotros aunque pierda en votos; sin embargo, de igual forma debemos participar”, y así sucedió. ¿Pero por qué participamos en un fraude cantado?
En la actualidad, la respuesta a esa pregunta sería muy molesta por lo obvia: la MUD estaba buscando espacios que iban a beneficiar a unos cuantos de sus dirigentes. Pero en aquella época esa respuesta no era tan obvia; los ciudadanos fueron obnubilados por un discurso electorero e inmoralmente “pacifista” que los castró. Tuvo que pasar mucho más de tiempo y tuvieron que vivir más experiencias fracasadas para que algunos —no todos, por desgracia— nos percatáramos de que la oposición burocrática nos estaba utilizando con propósitos desleales.
Entiendo que todavía haya personas que crean ciegamente en la MUD, porque no se han tomado el trabajo de investigar sobre las relaciones interpersonales, planes, negocios e intereses que algunos de sus dirigentes tienen y han tenido con el régimen chavista prácticamente desde que éste nació. Pero sí, aunque a usted no lo crea, muchos de los dirigentes conocidos —y no tan conocidos— de la MUD son familiares de enchufados, han hecho negocios con PDVSA u Odebrecht, tienen relaciones sentimentales con funcionarios públicos de las altas esferas o simplemente han aceptado las jugosas coimas que les han ofrecido personajes como Wilmer Ruperti, sólo por mencionar uno de los tantos.
Lo importante a entender aquí es que la clase política venezolana, tanto del lado chavista como del lado opositor, no es una novedad, lleva viviendo de la política desde antes de Chávez y por eso es como es: chanchullera. De hecho, los chavistas no tienen la más mínima moral para acusar a la oposición de “rancia”, pues entre sus filas hay personas como Aristóbulo Istúriz que han venido saltando de partido en partido desde mucho antes de que yo pensara ser concebido.
Esa gente se conoce desde hace muchísimos años; hicieron política juntos y se entienden muy bien, saben cómo repartirse los lados de la olla en este guiso enorme que envuelve al dinero público venezolano. Por eso, cuando Henry Ramos Allup sale en un programa de Globovisión diciendo que “esas personas dieron sus vidas por un cronograma electoral” —refiriéndose a los mártires de los últimos meses—, a mí de verdad que no me sorprende; estoy acostumbrado a oírlo y en el fondo me temía que pasaría.
Mientras en las calles de Venezuela la gente estuvo gritando “abajo la dictadura” o “lárgate Nicolás”, los dirigentes de la MUD salieron por todos los medios de comunicación hablando de cosas tan abstractas como la “restitución del hilo constitucional” (¿alguna vez existió un “hilo constitucional”?) o cosas inútiles como la “apertura de un canal humanitario”, y blah, blah, blah…
La resistencia estuvo batallando en las calles del país —entre abril y julio de 2017— pensando ingenuamente que ese discurso tan chimbo de la MUD era una postura políticamente correcta para no alimentar el glosario de excusas del gobierno. Porque todos en el fondo estábamos claros de cuál era el sentido de la lucha, hacia dónde nos dirigíamos, hasta las señoras de El Cafetal que dan la vida por Capriles lo sabían, ¿verdad? Pero no, resulta que no era así. La MUD tenía su agenda definida y todo fue show para ir a unas elecciones regionales que sólo iban a beneficiar a tres o cuatro tipos que ya desde hacía rato andaban negociando su salvoconducto con el régimen.
Sucedió lo mismo que en aquellas elecciones parlamentarias de 2010: la MUD participó, ganó la mayoría de los votos, el fraude hizo que perdiera en diputados, y al final el gobierno se salió con la suya, COMO SIEMPRE. Fue en ese momento que se demostró —o quizás ya estaba demostrado pero no nos habíamos dado cuenta de— que aceptar un espacio de poder cedido por el propio gobierno no era una cuestión determinante para el “juego político”. Al final, el gobierno encuentra una manera de controlarlo todo otra vez, ya sea arbitrariamente o con recovecos legales.
El chavismo siempre hizo trampa, siempre hizo lo que le dio la gana y la oposición burocrática siempre le hizo el juego. Duele, pero es la verdad.
Lo más triste de esta historia, no es ni siquiera que se haya jugado con la buena fe de la gente o de ciertas organizaciones y dirigentes políticos que parecían tener intenciones trasparentes y en consonancia con la voluntad popular, lo más triste es, sin duda, toda la sangre que se derramó en vano. Y debemos compungirnos, debemos auto-flagelarnos por no haber sido capaces de detectar este engaño a tiempo y tomar las riendas de esta lucha.
Por Nixon Piñango.