Cui Bono: Frase atribuida al político Romano Marco Tulio Cicerón y que significa ”Quién se beneficia”. Normalmente se aplica a situaciones donde para esclarecer la responsabilidad de un acto, se cuestiona quien se pueda beneficiar de su ocurrencia.
El sindicalismo ha rondado el mundo desde hace al menos 300 años y surgió de la mano de la Revolución Industrial que cambió al mundo en el siglo XVIII. Honestamente -a modo de opinión personal- me parece que los sindicatos surgieron para cumplir con la legítima función de permitir a los empleados trabajar de forma colaborativa en la protección de sus condiciones laborales mínimas; pero esto, como muchas otras cosas en la vida, es solo un sueño del deber ser de las cosas, y no la realidad de lo que son.
El movimiento obrero surgió en una época donde el dominio económico estaba, mayoritariamente, en manos de aquellos que habían logrado establecer relaciones cercanas con los gobernantes de turno. El Mercantilismo imperante solo dejaba acceso al mercado a aquellos que -por amistad o conveniencia- se habían hecho del visto bueno del monarca, garantizándose así monopolios que podrían explotar sin temor al surgimiento de competencia alguna. Bajo este esquema, es obvio que al “empresario” poco le importarían las condiciones de trabajo de sus empleados. Para esta clase empresarial, aún acostumbrada al vasallaje medieval, la mano de obra resultaba algo desechable y reemplazable; y por cuya seguridad no deberían arriesgar su ganancia.
Ante estas circunstancias, los empleados buscaron organizarse para reclamar legítimas reivindicaciones a sus condiciones de trabajo, hecho por el cual fueron perseguidos y reprimidos. Con lo que no contaban empresarios mercantilistas ni sindicalistas era con que maquinaria desarollada en la era industrial y las ideas de Adam Smith en Inglaterra, no solo les permitiría producir de manera más eficiente y barata, también abrirían las puertas del mercado a nuevos competidores que ofrecerían más puestos de trabajo; la mano de obra se especializaría; y, finalmente -como producto de la expansión de la oferta de trabajo y la especialización- los salarios y las condiciones mejorarían. Fue dentro de estas condiciones de apertura, que el movimiento obrero ganaría legalidad en 1871 en Inglaterra, curiosamente, el único país defensor del libre mercado en aquel entonces.
Más trabajadores, más poder político
Lamentablemente, el movimiento laborista surgió de la mano de la socialdemocracia y de esta heredó todo sus parásitos políticos. En lugar de concentrarse en la mejora de las condiciones de trabajo, el sindicalismo se transformó en un movimiento político, brazo de la izquierda internacional, que busca hacer peso como lobby para promocionar políticas socialistas. En un punto de la historia, aproximadamente en los años 20 del siglo XX, el laborismo ganó suficiente momento, y combinado con el nacionalismo, dio nacimiento al corporativismo y a los movimientos fascistas europeos en países como Italia (Partido Fascista), Alemania (Partido Nacional Socialista Obrero Alemán) y España (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), desatando uno de los períodos más oscuros de la humanidad.
Más poder, más corrupción
El sindicalismo ha sido la fuente de un sinfín de escándalos y abusos. Faltarían las páginas para narrar las historias de sindicalistas involucrados en negociaciones truculentas con empresarios, con políticos e incluso con mafiosos; historias sobre robos a las contribuciones de los empleados, abuso de beneficios y tráfico de influencias. ¿Cuántas veces no hemos oído hablar de personajes oscuros, que por ocupar un cargo en una central sindical nunca trabajaron? ¿O aquellos que de humildes puestos laborales lograron amasar fortunas sin jamás haber cambiado de trabajo? Hay incluso un presidente latinoamericano que encaja en ambos casos.
Al final del día -y como es fácil de evidenciar en Latinoamérica- el movimiento sindical, detrás de su supuesto interés por los trabajadores, esconde un siniestro interés en manipular a estos para apoyar políticas que regulen la actividad económica. Estas regulaciones traerían consigo desmejoras en el mercado que luego se reflejarían en peores condiciones generales, sobre las cuales se puede soportar su siguiente nivel de exigencias. Es así como los sindicalistas no solo buscan mejoras en la seguridad y calidad del lugar de trabajo, ellos promocionan políticas como el Salario Mínimo, las cuales, a pesar de la creencia de la mayoría perjudican a los empleados, limitando el número de empleos disponibles y creando una situación de inconformidad que puede ser capitalizada por los políticos.
Y entonces, Cui Bono
Por: Julio Pieraldi | Foto: icndiario.com