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Mucha es la historia y muchos los casos de cómo los gobiernos le desgracian la vida a los ciudadanos. Cuando se habla de estos –los gobiernos- son más las veces que se dirá algo malo que algo bueno, porque los abusos de poder están a la orden del día mientras que los buenos resultados brillan por su ausencia y los actos de corrupción son más comunes que los beneficios que reciben los individuos por tener un gobierno. Aun así, ¿por qué las personas siguen creyendo que son necesarios?

La figura del gobierno se ha conceptualizado como un padre de familia: se le considera necesario para que “sus hijos”, los ciudadanos, crezcan con su apoyo. Pero mientras un padre de familia tomó esta decisión e hizo su trabajo para traer a su hijo al mundo, asume la responsabilidad de criarlo hasta que pueda ser independiente porque para él, su hijo es un valor. Es la continuación de su apellido, es su herencia y puede ser su legado. Pero, ¿cómo ver al gobierno como un papá, si este no hizo nada para que viniéramos al mundo y por ende no le interesa si seguimos acá o no? Y más concluyente aún, ¿cómo el gobierno podrá vernos como hijos si no es una persona, y si lo fuera, su plan es explotarnos para poder seguir existiendo?

De esta manera se destruye la idea paternalista que muchas personas tienen del gobierno, considerando que deben apoyarlos y solucionarle sus problemas. El gobierno no puede ser como un padre para nosotros porque él necesita de nosotros para seguir existiendo -a través de impuestos- mientras que, con un padre de verdad, la cosa funciona a la inversa. Ahora bien, si la cosa es al revés y es el gobierno quien necesita de nosotros para seguir existiendo, ¿por qué vamos a permitir que sea más grande que nosotros?

Eso sería tan absurdo como montar una empresa para que el vigilante tome las decisiones, mientras que el gerente le abre la puerta a los clientes y les sirve el café; o invertir y producir para entregarle todo los beneficios a los empleados mientras que el dueño del negocio quiebra. El gobierno no puede ser más grande que nosotros porque es un medio, una herramienta, para que nosotros podamos alcanzar nuestros objetivos. Nosotros lo creamos con un propósito que nos beneficia: el de proteger nuestro derecho a la vida, la libertad y la propiedad; no lo hacemos para darle derechos a él.

Un gobierno no debe ser más grande que nosotros porque necesitamos mantenerlo controlado, para evitar sus posibles abusos de poder. Engordar a un gobierno sería como alimentar a una hiena hasta la madurez para luego ponernos de rodillas y mostrarle el pescuezo. Un gobierno tiene una sola finalidad: no estorbar, y si permitimos que estorbe entonces metimos la pata, así de simple.

Claro que un gobierno se puede limitar, en poder y en tamaño. Para limitarlo en poder, basta con no asignarle funciones de más, por ejemplo: educación, salud, alimentación, vivienda. Estas necesidades son inherentes a los individuos y nadie conoce mejor sus propias necesidades y deseos que usted mismo. Tampoco debemos permitir que controle medios de producción porque jamás podríamos competir contra ellos, con lo cual se originan los únicos monopolios que existen: los del Estado. Para limitarlo en tamaño, basta con que dependa de los ciudadanos financieramente, es decir, que por nada del mundo pueda amenazar y encarcelar para cobrar por sus servicios.

Es simple: cuando una persona decide tener una mascota, no lo hace con la intención de que esta crezca y se lo coma. La mantiene siempre controlada, que sepa quién manda. El gobierno es esa mascota, y si lo limitamos cada día más, seguramente llegará el día en que ya no lo necesitemos.

Por: José Miguel  |  Foto: imgkid.com