Recientemente, el tema de la Misión Vivienda Venezuela ha cobrado mucha fuerza en la opinión pública nacional y no de gratis, porque la oposición ofreció una ley para darles “títulos de propiedad” a quienes les han adjudicado apartamentos en esos edificios que -en la práctica- pertenecen al gobierno. En tal marco, uno salta a hablar —mal— como siempre de todo lo que huela a programa social barato, a populismo, a veces sin tener el suficiente cuidado de explicar por qué. Y ¿por qué no deben existir las Misiones?:
A la gente le gustan los programas sociales -y no es raro- porque dan justo en el instinto proteccionista y buenista, eso que como seres de “sentimientos morales” nos ciega el sentido común. La oposición -que lo sabe mejor que nadie- nunca diría que la Misión Vivienda —o ninguna otra Misión— debería ser eliminada, porque el votante chavista, que quiere que todo siga igual pero con otro en el poder que no sea ni Maduro ni Diosdado -y que por eso votó azul en las pasadas elecciones del 6 de diciembre de 2015- podría voltearse de nuevo y echar para abajo la victoria lograda.
Pero la realidad es que la situación del país -y con esto no sólo me refiero a la economía sino también a la degradación moral- no se mejorará si las cosas no cambian, y sólo cambiarán si —uno— la ciudadanía reconoce que debe empezar a valerse por sí misma y —dos— si la oposición, que ahora ostenta el poder mayoritario dentro del parlamento venezolano, se ajusta de una vez el cinturón y aplica las medidas que se deben aplicar; sí, esas, las que todos conocemos…
La crisis social y económica que hoy vive Venezuela es producto de un Estado enorme y burocrático que se ha expandido usando como combustible la idea de que «debe ayudar” a los pobres, cuando lo correcto —moral y económicamente hablando— es que los pobres se ayuden a sí mismo con su trabajo y esfuerzo.
No hay manera de “ayudar” a los menesterosos sino a expensas de la riqueza ciudadana, que también incluye la poca riqueza que los pobres generan. Todas esas ayudas, Misiones o como quieran llamarlas, se pagan a un precio más alto del que tuvieran si fueran privadas: con una alta deuda pública que dilapida la confianza de los inversionistas, con una inflación desmedida y —quizás lo peor de todo— con un desánimo de la creatividad y las motivaciones de la gente que, en espera de un beneficio estatal, decide que no va a emprender. El que todavía crea que las Misiones son gratis, mejor que baje de esa nube inmediatamente; es por su propio bien.
Tal vez en años anteriores, cuando el precio del petróleo estaba en ciento y pico dólares por barril, no se notaba tanto el daño que las Misiones causaban a la economía —porque para mí siempre han sido cuestionables en el aspecto moral—, pero hoy el daño no solo es evidente, sino alarmante: se han creado una red clientelar-parasitaria y un gasto público que simplemente no se pueden mantener por más tiempo, o lo que nos quedaría es el default y terminar subsistiendo con ayudas humanitarias provenientes de otros países.
Creo que próximamente -y sin ánimos «brujear»- el venezolano deberá escoger entre ser libre e independiente en un país donde todo lo que tenga sea producto de su trabajo y esfuerzo, o que todo siga como está y empeorándose paulatinamente hasta que el país esté a la par, ya no de cuba, sino de Bangladés, Birmania, Congo o Corea del Norte. Una vez hecha la elección, los sensatos tomarán su rumbo en consecuencia.
Por: Nixon Piñango