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Al ser una de las diferentes formas en que se presenta el comportamiento de los seres humanos, la transexualidad merece ser objeto de discusión por parte de los amigos de la libertad. Normalmente, el tema sólo se esgrime para atacar a determinadas corrientes políticas que enarbolan la bandera de los derechos de las personas LGBTIQ+, la mayoría de izquierdas. Pero como ya he dicho antes en un par de artículos, quienes pertenecen a dicha comunidad son un hecho ineludible que igual formaría parte de un mundo libre si es que éste llegase a existir en el futuro.
No niego que sea un tópico sensible al que muchos liberales (sobre todo los del ala conservadora) tienen miedo a acceder porque supone un encuentro hostil con sus valores morales, pero eso no es excusa para evadirlo o decir el típico «que cada quien haga lo que quiera con su cuerpo siempre que no me afecte» para zanjar el debate. Todo tema humano le concierne al liberalismo y más cuando históricamente el hecho de ser de una determinada manera supone para un colectivo una conculcación especial de sus libertades civiles.
Del espectro de la diversidad sexual, las personas trans son las más discriminadas por la notoriedad de su condición, y la animadversión hacia el fenómeno tiene más que ver con expectativas sobre el género que con otra cosa: en el pasado, el hombre debía ser muy fiel a su masculinidad porque asumiría el rol proveedor de la familia cuando fuera adulto, lo que se asociaba regularmente con el duro trabajo agrícola. Por eso era una tragedia familiar que el varoncito fuese afeminado o de plano quisiese ser mujer, porque se asumía que entonces sería una carga. No así pasaba con las mujeres que, por el contrario, querían ser o comportarse como hombres, a quienes hasta se trató con heroísmo desde el punto de vista histórico (Juana de Arco, Hua Mulan, George Sand…)
Debería ser distinto en el presente, con una economía súper diversificada donde las mujeres y los trans tienen las mismas oportunidades que los hombres y no suponen una carga para nadie al ser personas perfectamente pensantes y actuantes. ¿Y por qué sigue habiendo antipatía hacia los trans? Porque la sociedad arrastra comportamientos anticuados que tardan en morir, porque una sociedad no cambia de un día para el otro.
Bien es cierto, huelga decir, que en occidente e incluso en contados países de oriente, la transexualidad ya no es tan mal vista como en el pasado y hay referentes trans en todos los ámbitos de la vida, incluyendo la política. Esto, a pesar de lo que muchos crean, no tiene que ver con el triunfo de ideologías sectarias y mucho menos con la acción del Estado; es resultado del libre comercio, la globalización y el cosmopolitismo.
Sin embargo, los trans son afines al discurso de los izquierdos, que en el pasado los persiguieron como nadie y ahora se venden como únicos defensores de sus causas. Esta izquierda, que se ha quedado sin el baluarte de la lucha de clases, ahora utiliza el género como un arma creadora de conflictos porque sabe que con ello pega fuerte en lugares donde todavía la humanidad adolece, zonas asociadas a la tolerancia y a los prejuicios.
Pero la realidad es que, las personas LGBTIQ+ en general son usadas por la izquierda como carne de cañón en su guerra a muerte con el mundo libre, sólo son para los izquierdos el ganado que se encargará de enchufarles en el poder y permitirles desde allí llevar a cabo todas sus fechorías contra la propiedad privada.
Cuestionar la binaridad del género es una tontería
Las personas trans presentan un diagnóstico psiquiátrico conocido como disforia de género; éste ocurre en una porción muy minoritaria de la población (uno de cada treinta mil varones y una de cada cien mil mujeres en países del primer mundo) y se caracteriza porque el individuo tiene una disconformidad con su sexo biológico, el condicionante primario de su género a futuro.
Para entender esto, remitámonos al propio concepto de género que, según la R.A.E., se refiere al «grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico». O sea, el género no es lo mismo que el sexo; el sexo es el elemento biológico (genes, gónadas, hormonas…) que en parte determina al género o desenvolvimiento social asociado al sexo.
Veámoslo de manera más ejemplificada: cuando nos topamos con un hombre lo distinguimos como masculino no por su pene (pues éste no es una característica perceptible en primera instancia), sino por su vestimenta, sus ademanes y otra serie de manifestaciones biológicas como el vello facial y la contextura. ¿Qué quiere decir esto? Que el género es una categoría nutrida de dos realidades al mismo tiempo: la biológica y la cultural.
La teoría queer (a la que otros llaman ideología de género) busca vaciar al género de su contenido biológico y convertirlo en un fenómeno puramente cultural, un tratamiento errado de la naturaleza humana en todos sus ámbitos. De allí que la gran mayoría de las personas trans se asuman como individuos del género contrario al que se les asigna al nacer conforme a sus características biológicas. Una niña trans, por ejemplo, quiere ser como su madre, y en general los niños trans se definen por instinto hacia un lado u otro porque la transexualidad no cuestiona la definición binaria del género, la afianza.
Siempre se ha mantenido una posición dicotómica del género porque biológicamente sólo hay dos sexos, es el resultado de un proceso social que responde a la realidad mayoritaria del homo sapiens, lo que para nada excluye a la intersexualidad, sino que la convierte en la excepción que confirma la regla. Es cierto que existen grados de intersexualidad que dependen de las condiciones ambientales donde se desarrolla el feto, pero eso no significa que haya más de dos sexos en la especie humana, sino que hay machos o hembras que presentan pronunciadas características del sexo opuesto: hermafroditismo, androginia, etc.
Asimismo, la transexualidad no es lo mismo que la intersexualidad, pues esta última sí es puramente biológica y no necesariamente da origen a problemas psíquicos con la identidad de género. A la larga, lo que suele ocurrir es que alguien que pueda ser indefinible en un principio debido a su situación genital o cromosómica, termina adoptando el rol de uno de los dos géneros dependiendo de con cual se siente más cómodo. Por tanto, tampoco hay un cuestionamiento de la binaridad del género en la intersexualidad, sino más bien ciertas disposiciones de esa binaridad: cuándo, cómo y quién determina que alguien es hombre o mujer.
La binaridad atañe también a la homosexualidad y a la bisexualidad de acuerdo con su teoría evolutiva, que indica que el fenómeno surge como un mecanismo de control poblacional porque una especie no puede sobredimensionar las capacidades de su entorno al reproducirse, o de lo contrario se extinguiría. Por eso la homosexualidad se manifiesta como una atracción al individuo humano con el que no te puedes reproducir, es decir, el de tu mismo sexo; no significa esto que seas del otro sexo o que no estés encuadrado dentro de la dicotomía macho-hembra.
El derecho es natural y protege a TODOS los seres humanos
Para los liberales, todos los seres humanos son sujetos de los tres derechos fundamentales que defendemos: la vida, la libertad y la propiedad. Incluimos en esto también a trans e intersexuales. Ellos se merecen vivir, tener propiedad y ser libres, lo que implica que en un mundo liberal la transexualidad no sería prohibida ni perseguida, y los trans e intersexuales podrían llevar a cabo sus proyectos personales tanto sentimentales como económicos.
En ese sentido, el derecho natural es un marco que garantiza la convivencia entre personas diversas, por eso reacciona ante las grandes intenciones de cambio estructural, ante los proyectos de ingeniería social que pretende llevar a cabo la izquierda. De esta manera, un liberal no aceptaría que se impongan por la fuerza cosas referentes a ciertas conductas, por ejemplo, el lenguaje inclusivo, las leyes de cuotas o la dilución abrupta de los roles que los seres humanos han practicado por muchos siglos.
No obstante, un liberal entiende que las sociedades cambian y que es sano que eso ocurra porque así se acaba también con instancias del pasado que pudiesen tener el mismo potencial opresor que otras ideadas en el presente. El mundo de ahora es un mundo de dos géneros, pero no descartamos la posibilidad de que en el futuro pudiese haber más, y sería natural para nosotros si esos cambios van ocurriendo con la espontaneidad con la que han ocurrido otros.
De hecho, el mejor amigo de una persona trans es el libre comercio, que no sólo tiene el poder de dar oportunidades económicas a cada vez más gente, sino el de abrir las mentes al conocimiento y diferentes formas de vivir de los individuos; es un disparador de la tolerancia y el cosmopolitismo.
Las sociedades libres no estarían obligadas a reconocer desde el punto de vista del derecho positivo a una persona trans como parte del sexo contrario al que le fue asignado al nacer, pero justamente porque el derecho positivo no sería el primario en una sociedad libre, no evitaría la existencia de un mecanismo para que personas trans tuviesen una identidad reconocida con la que se sientan conformes, mecanismos que además serían eficientes para depurar a esos que, como pasa hoy en día, utilizan el cambio de género como excusa para obtener los privilegios del sexo contrario: hombres violadores que se hacen pasar por mujeres trans para que los lleven a prisiones femeninas, mujeres trans que compiten en igualdad de condiciones con mujeres biológicas en deportes de su categoría, entre otras cosas.
¿Merecen reasignar su identidad?
Voy a contar una anécdota que creo ilustra bien el punto: en mis varios años de carrera en las relaciones públicas, tuve la oportunidad de tratar con muchas personas trans, la mayoría chicas. Recuerdo que en un evento de una revista para la que trabajaba conocí a la modelo trans Isabella Santiago, la primera venezolana en ganar el Miss International Queen, un concurso de belleza para chicas trans que se lleva a cabo anualmente en Tailandia. En un primer momento no me di cuenta de lo que era, hasta que me la presentaron y me habló; su oscura voz me dio la pista que necesitaba para enterarme.
Pero lo interesante de la anécdota es lo que sucedió más tarde esa misma noche. Vi a Isabella coqueteando con un famoso comediante venezolano, cuyo nombre no voy a mencionar (pues está casado). Era muy evidente la situación en la que estaban. Que se sepa, ese comediante no tiene fama de andar con transgéneros, por lo que intuyo que no se dio cuenta, y mucho menos teniendo un par de tragos encima. Lo cierto fue que todo el mundo los vio salir juntos del lugar…
Sin toda su parafernalia (maquillaje, peinado…), Isabella parece indudablemente una transgénero, aunque uso su ejemplo y el de ese comediante para hacer ver que hay gente que no se da cuenta o a la que jamás se le puede pasar por la cabeza que pudiese estar tratando cara a cara con una persona así. Y es que hay transgéneros a los que simplemente no se les nota lo que son porque su predisposición genética hace que en ellos los procesos de hormonización artificial actúen con más contundencia que en otros.
Hay muchos ejemplos incluso de gente famosa: yo soy seguidor de las hermanas Wachowski, las célebres realizadoras cinematográficas que crearon la franquicia de ciencia ficción The Matrix. Ambas son mujeres trans y encarnan a la perfección lo que les digo. En primer lugar está Lilly, que a ojos vista parece una mujer transgénero, pues se percibe a leguas que fue antes un hombre, y por otro lado está Lana, la primera en hacer la transición y a la que menos se le nota. De hecho, si viéramos a Lana Wachowski caminar por la calle, y no la escuchamos hablar, pensaríamos que es una señora mayor con pinta de hippie.
¿Adónde voy con todo esto?
En la práctica, las personas trans tienen el potencial de ser indetectables, a medida que más avances tecnológicos ocurran, podrán incluso pasar del todo desapercibidas, pasarían por cualquier hombre o mujer biológicos a simple vista, y he allí donde entra la norma social: ¿los tratamos por su sexo biológico o por su género reasignado?
La verdad es que es un tema que, dependiendo de por dónde se lo mire, es fácil o difícil. Lo primero que pasaría en una sociedad libre es lo que ya de hecho sucede: los trans serían tratados por su género reasignado en gran parte de los casos; no estarían obligados a decir que son trans por lo que, si no se les nota, sería como si no existieran.
Ahora, ¿supone eso que se merezcan tener una identidad legal acorde con dicha realidad? No veo por qué no, no veo por qué llamar Carlos a lo que clara y visiblemente es una mujer o María a lo que es un hombre. Algunos pensarán que no es correcto, pero como hemos visto el comportamiento espontáneo terminará haciendo impráctico prohibirle a un trans que asuma una nueva identidad más acorde con lo que vemos todos.
Ahora, el tema se complica en ciertos órdenes. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, un trans quiere hacer deporte? Lo más probable que sucedería en un mundo libre es que habría categorías deportivas para trans masculinos o femeninos; no se obligaría a nadie a permitir que participen en categorías para hombres y mujeres biológicos, por lo que muy probablemente surgirían actividades exclusivas para trans en este respecto.
Este tipo de discriminaciones son fenómenos entendibles que tienen que ver con cómo se forman las normas de ciertas actividades. Si bien el acceso a las oportunidades no estaría cercado por la ley en un mundo libre, las oportunidades se darían (como se dan naturalmente) dependiendo de quién cumpla con los perfiles solicitados. No tiene mucha lógica que un trans femenino boxee con una mujer biológica, así como no tiene sentido que dejen entrar a hombres en night-clubs exclusivos para mujeres, que una persona en silla de ruedas se dedique al baile, que una persona considerada como no atractiva modele o que un mercadólogo opere a alguien a corazón abierto. Si bien el ser humano puede ser potencialmente cualquier cosa, no es factible que lo haga o pueda hacerlo todo cuando se enfrenta a la realidad, por lo que terminará decantándose por algo.
Sobre las modificaciones corporales
En una persona trans no basta con auto percibirse como desea para sentirse plena con su identidad, por eso recurre a procedimientos estéticos que modifican su cuerpo conforme dicha aspiración: operaciones de cambio de sexo, mamoplastias, etc. Estos no necesariamente forman parte intrínseca de la transexualidad, puesto que no todos los trans recurren a ellos. Hay quienes no lo hacen porque no quieren, pero la mayoría no lo hace porque son costosos. Y también está el problema de que buena parte de quienes se operan contratan servicios económicos que carecen de mínimos estándares de calidad.
En algunos países se han invocado estas razones para justificar la adición de intervenciones quirúrgicas para trans a los sistemas de salud pública, algo que los liberales no apoyamos por una razón muy simple: no estamos de acuerdo con la estatización de los sistemas de salud en general. De hecho, una de las cuestiones que menos pleitos genera entre liberales es el tema de la salud, porque la gran mayoría de nosotros considera que debe ser privada.
Y no defendemos su privatización sólo por un tema utilitario (lo privado es más barato y de mejor calidad), sino para que el servicio no sea coactivo, para que el Estado no obligue a los ciudadanos a conformarse con lo que hay y estos tengan la capacidad de elegir. Así, en un mundo libre, las personas trans deberían costear de forma privada sus operaciones y tratamientos de hormonización.
¿Tolerar a transgéneros implicaría tolerar a transespecie, transedad, transraza o a paidófilos?
Los conservadores critican la relativización que la izquierda hace del bien y el mal; no obstante, ellos también relativizan situaciones por las que atraviesan los LGBTIQ+ y las comparan con cosas que nada tienen que ver, como la paidofilia. Esta última es definida por la psicología como una parafilia y no como una orientación sexual, quiere decir que no es comparable con la homosexualidad o la bisexualidad, y aún menos con un trastorno de identidad como lo es la disforia de género, totalmente independiente de las preferencias sexuales de la persona.
Por cierto, me parece curioso que sean los conservadores los que más se rasgan las vestiduras en este tema cuando siempre han sido las instituciones religiosas las que la han promovido y practicado la paidofilia a lo largo de la historia: desde los matrimonios entre muchachitas y viejos verdes arreglados por dinero hasta el tema no resuelto de los curitas violadores de monaguillos que han sido protegidos por el silencio de la Iglesia Católica.
Por su parte, los transespecie, transedad y transraza parecen ser más un caso de timo o trastorno de delirio que otra cosa, al menos así lo consideraré personalmente hasta que la psicología tenga una opinión más concluyente al respecto. He visto en estas personas —que se pueden contar con los dedos de las manos— el deseo de incapacitarse para que el Estado las mantenga o les otorgue ciertos privilegios, como el famoso caso de Stefonknee Wolscht, el hombre canadiense que se auto percibe como una niña trans de nueve años y pide que le mantengan económicamente.
En un mundo libre, seguirán existiendo personas como ese señor, pero al no haber privilegios otorgados por el Estado, sus situaciones sólo concernirían a sus entornos privados; ergo, cualquier estafa sería sufrida por su reducido círculo que además tendría el derecho de querellarle por defraudador. Y es que, en caso de que esta gente cometa crímenes, se le tratará ante la ley como se trata a cualquier persona, asumiendo su situación realista; o sea, aunque ese señor se auto perciba como una niña trans de nueve años, no es una niña, nadie lo ve como una niña, no tiene ni la psicología ni la complexión física de una niña…
Dicho esto, la existencia de individuos que pretenden utilizar la transexualidad para acceder a privilegios es culpa de los Estados que pueden acometer la violencia para coaccionar a unos en beneficio de otros, destruyendo así el principio de igualdad ante la ley. Imagino que a los transgéneros les molestará que estas personas se adscriban a su realidad, pues tienen el potencial de restarles credibilidad y hacer que el sentimiento de reacción en la sociedad crezca.
El individuo del presente está más dispuesto a tolerar la transexualidad porque la secularidad de su entorno lo educó para ello, pero también estaría dispuesto a dejar de tolerarla si se ve agredido por ella, si siente que el Estado le quita impuestos para financiar cosas que no acuerda como una educación sexual con perspectiva de género u operaciones de cambio de sexo para todos.
Y he allí donde debemos ver el discurso de la izquierda como lo que verdaderamente es: una trampa. A los izquierdos no les interesa que los trans estén bien consigo mismos o que lleven a cabo sus proyectos de vida como mejor les parezca; en realidad les interesa crear conflictos entre personas trans y cis para justificar una intervención del poder político y que al Estado se le haga más fácil hacer lo que más sabe: convertirnos a todos, sin distinción de raza, sexo, orientación sexual, identidad de género, religión, etc., en esclavos.