Los venezolanos se han acostumbrado a la palabra diálogo en los últimos años. La usaron en 2014, 2016 y 2017. Vuelve a sonar este año en Noruega.
Los hechos y declaraciones alrededor de cada negociación son siempre similares: luego de negar rotundamente la posibilidad de sentarse a dialogar con criminales, se rebela alguna reunión bajo cuerdas.
Acto seguido, los portavoces de la MUD (ahora Frente Amplio) comienzan a dar excusas y negaciones a medias. Niegan que se esté renunciando al objetivo final de la jornada del momento: la salida de la dictadura. Lo llaman «reunión exploratoria», venden la idea de que a través de un proceso diplomático se irán del poder al que se han aferrado por 20 años narcotraficantes, mafiosos y asesinos.
La prensa e intelectuales beatos, por supuesto, comienzan a hacer coro. Estas personas, para llamarse «intelectuales», no tienen un ápice de criterio propio: pueden rechazar enérgicamente la idea de un diálogo con el régimen un día y comenzar a justificarla y aplaudirla como si nada al siguiente si la MUD lo convierte en su línea oficial.
Sus «análisis» del acontecer político van de la mano con lo que dicte la dirigencia política del Frente Amplio, y cambian con la misma rapidez y contradicción.
Lo que sigue es el apaciguamiento: suspensión de la presión interna y externa, algún proceso electoral viciado con instituciones aún controladas por el chavismo, liberación de algunos presos políticos mientras que otros entran en su lugar y la normalización de una rutina enfermiza donde el dictador sobre la cuerda floja recupera de nuevo la estabilidad y el control del país.
Es una historia repetida, un círculo vicioso en el que políticos se dan la mano a costa de vidas humanas.
Hace menos de quince días, los invasores chavistas de la embajada de Venezuela en Washington fueron desalojados. No abandonaron por diálogos, peticiones ni reclamos, sino por la presión cívica e institucional y por la coacción a través de cuerpos de seguridad que concretaron su salida.
Lo que sucedió en Washington es un ejemplo micro de lo que debe suceder con Venezuela. El régimen de Nicolás Maduro, con sus fanáticos, sus mafias, sus crímenes de lesa humanidad y su dinero robado, no va a abandonar el poder por vías diplomáticas.
Lo dejan tan claro hoy como lo han hecho durante los últimos 20 años. Que aún así haya una dirigencia política dispuesta a caer en su juego no es ya ingenuidad. A estas alturas, es alta traición a la causa de la libertad de Venezuela.
No es casualidad que los sitios escogidos para el «diálogo» siempre sean países o lugares donde el chavismo cuenta con respaldo y reconocimiento.
Tampoco es casualidad el distanciamiento del Frente Amplio con Estados Unidos. Te están viendo la cara. Otra vez. No los sigas justificando.
2019 va rumbo a ser un año más perdido para Venezuela. Un año más, con las pérdidas humanas que eso significa.
No ser cómplice de eso comienza con alzar la voz. Yo la levanto hoy a través de estas líneas: no más diálogos. No así. No en mi nombre.
Nunca más.
Por: Vanessa Novoa