«El que evade impuestos no es el que quiere, sino el que puede»
Carlos Rodríguez Braun
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Gracias al crecimiento económico, ahora un muchacho puede hacer millones de dólares desde la comodidad de su casa, sentado frente a una computadora. Tal es el caso de El Rubius, uno de los youtubers españoles con más influencia, famoso por sus gameplays y otros contenidos. Pero él ni es el único ni el que más gana; hay muchachitos muy-muy jóvenes que han construido gigantescos negocios en torno a su marca personal sólo usando YouTube como herramienta, hablo por ejemplo de MrBeast o James Charles.
Ojo, este trabajo se subestima mucho a pesar de lo complicado que a veces suele ser, sobre todo por la producción audiovisual, para lo cual hay que invertir dinero en costosos equipos y mucho tiempo de trabajo. Editar un video no es fácil y menos para quien lo hace de forma creativa. Ahora, es verdad que hay trabajos que son muy complejos y que ni por asomo se acercan al nivel de beneficios económicos que el hecho de ser youtuber supone para algunos, aunque también es cierto que la mayoría de los youtubers conocidos no sacan más que un sueldo medio que les permite vivir al mes, como al resto de la clase media.
Esto me lleva a un tema que ha tenido un auge noticioso en las últimas semanas en España después de que El Rubius anunciara que iba a mudarse al Principado de Andorra, un pequeño país situado en los Pirineos, entre España y Francia. Él no es el primer youtuber que se ha ido a ese país, pero su caso ha tenido una repercusión importantísima por lo que la gente cree que su fortuna significa para el sistema fiscal español, y digo «cree» porque está muy extendida la ilusión de que el enorme gasto de los Estados se financia con el dinero de los ricos, un camelo en toda regla.
Y es a esto a lo primero que me quiero referir siguiendo con el ejemplo de España, que es un caso extrapolable a muchos otros países del llamado Primer Mundo: de acuerdo con la web datosmacro.com el gasto público español en el 2019 fue de 523.441 millones de euros. Si tomamos en cuenta que crece todos los años alrededor de un 4,3%, podríamos decir que en 2020 pudo estar en los 550.000 millones.
Si nos planteásemos financiar eso sólo quitándoles el dinero a los ricos tendríamos que, por ejemplo, expoliar el cien por ciento de activos de las diez personas más ricas del planeta y aun así eso sólo alcanzaría para cubrir un año. Sé que esto a los chavistas españoles no les molestaría para nada, pues ellos tienen una concepción bastante torcida de la moral, pero aun si lo pudiesen hacer, no sería práctico: destruirían totalmente un patrimonio que no volvería a recuperarse sólo para financiar un año de gasto.
Si llevásemos el ejemplo a un escenario realista, sería aún más imposible financiar tan ingente expendio sólo quitándoles el dinero a los millonarios españoles. El único supermillonario de ese país es Amancio Ortega, dueño de Zara, y su patrimonio total se estima en unos 60.000 millones de euros, lo que equivaldría sólo del 10 al 15% del total del gasto público español. El multimillonario que sigue en la lista después de Ortega se llama Juan Roig, dueño de la cadena Mercadona, y su fortuna no supera los 4.100 millones de euros.
«Que paguen los ricos»
En este punto es bueno aclarar algo importante, sobre todo para los no tan entendidos en economía: cuando alguien dice que Jeff Bezos o equis empresario tiene una fortuna de tantos miles de millones de dólares, se refiere al valor personal o patrimonio del individuo, formado por la totalidad de activos a su nombre. La mayoría de estos activos son equidades sobre una empresa que se presentan en forma de acciones.
Bezos, para ejemplificar, tiene alrededor del 30% de las acciones de Amazon, con un valor de mercado estimado en 150.000 millones de dólares (esto fluctúa mucho todos los días porque depende de la bolsa). El resto del valor personal de Bezos viene de participaciones en otras empresas, de las propiedades (inmuebles, objetos, obras de arte, etc…) a su nombre y, por último, de una mínima cantidad de dinero en efectivo… Esto muy grosso modo, porque realmente a tales niveles ya es muy difícil sacar cuentas exactas.
La explicación anteriormente dada debería iluminar acerca de lo que dicen los políticos (sobre todo los de izquierda) en comparación con la realidad que vemos. Como ya dije antes, si les quitásemos todo el dinero a los ricos para financiar el expendio de un Estado, sólo cubriríamos una pequeña parte de éste. Pero más importante es entender que si expropiáramos todos sus patrimonios y los hiciéramos líquido (convertirlo en efectivo), habríamos destruido una fuente de riqueza que jamás recuperaríamos, los habríamos dejado en la pobreza y sin los recursos para generar otras fortunas.
Esto, que parece una cosa muy lógica, no hace clic en el reducido cerebro de los izquierdistas, que quieren convertir a los ministerios de hacienda en verdaderas máquinas trituradoras de capital. Y lo interesante es que, por más que intentan forzarlo o llevarlo a cabo de facto, se dan cuenta de que no pueden. Explico por qué:
Un impuesto al capital no siempre es pagable de forma líquida y sólo se puede cobrar una vez. Cuando se trata de un impuesto al capital sobre una fábrica, por ejemplo, se puede tasar el valor de la propiedad y pagar al Estado conforme a ello, pero no es igual con acciones de una empresa, no sólo porque el precio de éstas cambia todos los días, sino porque en conjunto equivalen proporcionalmente a mucho más que todo el dinero en efectivo en disponibilidad de su dueño.
Si le cobrásemos a Jeff Bezos un impuesto al capital del 10%, tendría que pagar 20.000 millones de dólares de un solo trancazo y dudo que tenga (o vaya a tener alguna vez) esa cantidad de plata en sus cuentas bancarias. Es justo por eso que los Estados no gravan al capital así, sino que colocan impuestos directos a las compras o a las ganancias. O sea, cada vez que se moviliza dinero de forma privada, el Estado se queda con una parte.
Estos impuestos se conocen como Impuestos Sobre la Renta (o sobre el dinero ganado en bruto) e Impuestos al Valor Agregado, es decir, a una parte del precio de todo lo adquirible en el mercado: si compras pagas impuestos, si vendes también pagas, igualmente si prestas o pides prestado, y es así como el Estado reparte su tajada en pequeñas transacciones.
En ese sentido, cuando uno observa la lista Forbes y ve que tal persona posee una riqueza neta de equis miles de millones, significa que ha habido antes una cantidad superior de la que el Estado ya ha obtenido un beneficio. En muchos países del Primer Mundo, entre impuestos a la renta y al valor, los Estados pueden llegar a expoliar alrededor de la mitad de lo que alguien produce.
Estados Unidos es un claro ejemplo de esto: su impuesto sobre la renta tiene un gravamen máximo del 39,5% y su impuesto al valor agregado va del 0 al 11% (los números varían dependiendo de la zona). Quiere decir, volviendo a Jeff Bezos, que si fortuna neta es de 200.000 millones de dólares, su producción personal total ha sido de poco menos de 400.000 millones, de los cuales la mitad ya han llegado a las arcas públicas y muy probablemente ya han sido gastados.
Los impuestos no alcanzan
A consciencia de que el dinero de los ricos no alcanza, los burócratas recurren a la renta de quienes vienen después en la escalera social: la clase media, usted y yo, nosotros, los que salimos a trabajar diariamente, los pequeños empresarios y los freelancers. Somos muchos, no podemos negarlo; de hecho se estima que un poco más de la mitad de la raza humana forma parte de la clase media. Es justo de allí de donde los Estados sacan la mayoría de los tributos pero, ¡oh, sorpresa!, eso tampoco alcanza para cubrir sus gastos, ni remotamente.
¿Recuerdan que España gastó 523.441 millones de euros en 2019? Pues ese mismo año la recaudación total fue de 438.150 millones. Usemos para esto el dato de la presión fiscal y hagamos otro cálculo grueso: de acuerdo con el portal datosmacro.com, la presión fiscal en España en 2019 fue del 35,2%, es decir que el Gobierno confiscó el 35,2% del PIB y aún así le faltaron casi 100.000 millones para completar.
Si los burócratas españoles se hubiesen planteado financiarlo todo sólo con impuestos, el gobierno hubiese tenido que confiscar tanto o más de lo que confisca Francia, el país con la presión fiscal más alta del planeta, suponiendo además que la agresividad tributaria no hubiese provocado el efecto promotor de la elusión fiscal que tiene sobre las economías.
Una locura, ¿no les parece?
Estos, por cierto, no son números exclusivos de España. En países como Reino Unido, Uruguay o Japón, los números son similares, aunque el esfuerzo fiscal varía en función del ingreso per capita: a una persona sometida a la presión tributaria de España le cuesta más pagar sus impuestos que lo que le cuesta a alguien bajo una presión tributaria similar en el Reino Unido, básicamente porque la renta es más alta en este último.
Es verdad que la situación de España es especialmente desastrosa debido a la corrupción y a que es un país de empresas pequeñas donde una presión fiscal tan alta es casi un crimen de lesa humanidad; sin embargo, el problema de todos los países es prácticamente el mismo: los gobernantes utilizan otros mecanismos para obtener dinero ya que no se atreven a llenar sus agujeros fiscales a punta de robarle plata a la gente, mecanismos que de igual manera afectan negativamente a los contribuyentes de más bajo poder adquisitivo, sobre todo a futuro, entiéndase por estos la emisión irresponsable de deuda o la creación de dinero de forma inorgánica. Pero más allá de eso, se valen de estratagemas ideológicas para justificarse y atacar con perversidad a quienes se quejan del sistema…
«No seas insolidario, muchacho»
Los Estados utilizan un determinado tipo de propaganda para hacer sentir mal, o de plano criminalizar, a todo el que despotrique de los impuestos, por eso en sus anuncios relacionados con la fiscalidad vemos frases como: «el que defrauda a hacienda, defrauda a todos», «hacienda somos todos», «declare en beneficio de todos», etc.
La propaganda ha hecho tal mella en la sociedad que incluso este chico, El Rubius, dijo literalmente: «estoy muy contento de haber pagado impuestos durante diez años», en el comunicado que lanzó en Twitter anunciando su decisión de mudarse a Andorra. Me imagino que él intentaba suavizar un poco la cosa, o capaz es que en el fondo se cree que ser un elusor fiscal es ser como Satanás. ¿Se verá a sí mismo en una especie de conflicto existencial sobre si lo que ha hecho está bien o mal? No sé. Seguro sí estará mal viendo cómo en los canales de televisión de su país lo tildan de malagradecido e insolidario por no aportar para pagar las ayudas que se dan a la clientela del Estado.
¿Pero por qué es insolidario, según ellos? El argumento principal es que le sobra el dinero. Que él, ganando dos millones de euros al año no tiene necesidad de irse a otro país a pagar menos, cosa que —por cierto— nadie sabe, aunque esos medios lo afirmen como si estuvieran segurísimos de que es así. Aquí volvemos a la significancia de los ricos para el sistema tributario, al argumento falaz de que son ellos quienes deben mantener el sistema. No está primando el deseo de que la gente esté bien sino el odio contra los ricos.
Los políticos españoles hablan mal de El Rubius no porque esté eludiendo impuestos, sino porque ha decidido pagar impuestos en otro país. Es exactamente igual a lo que pasó cuando esos mismos políticos hablaron mal de las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública de España, porque para ellos lo importante no es que la gente que necesita recursos los reciba, sino ser ellos quienes los administren.
Si los políticos realmente se interesaran por el bien de la gente, harían lo posible para que su esfuerzo por mantenerlos sea el mínimo posible; la mayoría de ellos (si no todos) son innecesarios y son la razón por la cual hoy estamos más estresados que nunca. Los ciudadanos nos damos cuenta de que si bien el mundo ha prosperado mucho gracias al crecimiento económico, son esos impuestos sangrantes y esas absurdas cotizaciones a la seguridad social lo que impide que nuestro beneficio haya sido mayor.
Y es por eso que decir: «es correcto pagar impuestos porque así contribuimos al bien común», es en realidad una hipocresía. Cualquiera al que se le presentase la oportunidad de dejar de pagar impuestos lo haría sin pensarlo dos veces, justo como lo ha hecho El Rubius después de haber estado supuestamente «feliz» pagándolos «por diez años».
Votar con los pies
Es curioso que muchos se crean el cuento de que pagar impuestos es lo correcto cuando durante la mayor parte de nuestra historia como civilización estos han tenido una reputación muy mala. El recaudador era un individuo muy odiado por ser ese felón del monarca que iba de casa en casa, junto a matones armados, quitándole a los desposeídos el fruto de su arduo trabajo.
Desde el punto de vista bíblico, al publicano se le tenía como un personaje nefasto, contrario al gusto de la providencia. Todos recordamos al apóstol Mateo, a quien Jesucristo sacó del lado oscuro (la oficina tributaria de Roma) para convertirlo en un ser de luz y libre. Este tema también inspiró al personaje de Robin Hood, el arquero medieval que asaltaba al recaudador de impuestos del rey para devolverle el dinero a quienes este último había robado (un arquetipo libertario que la izquierda se ha apropiado indebidamente, por cierto).
Pero ahora es distinto, como si las múltiples décadas de adoctrinamiento socialista en escuelas, casas y a través de los medios de comunicación, nos convirtiera en tontos útiles que no se quejan cuando les sacan el dinero de los bolsillos. Y esto es aún más indignante cuando no hacemos nada sabiendo que gran parte de ese dinero (si no la mayoría) se destina a pagar lujos, favores personales, y negocios de la burocracia estatal que en nada nos benefician.
Pero por suerte el Estado no es una mesa que se puede caer si pierde una pata, es más como un edificio con cientos de miles de columnas; si alguna se rompe o desaparece de la nada, el edificio seguirá en pie como si nada hubiese pasado. Entonces, cualquiera que sienta que el Estado es una carga insoportable, está en su legítimo derecho de largarse a otro lugar donde el peso le sea más soportable, llámese Andorra, Irlanda, Luxemburgo o las Islas de Santamaría de Mis Cojó***.
Cualquier indicio de querer encerrar a la gente en un territorio justificándolo en una supuesta necesidad de apoyo a los vulnerables es un indicio totalitario, sería como justificar la construcción de un nuevo Muro de Berlín o de algo similar para evitar que la gente huya del socialismo. Y es esta idea lo que más me asusta del revuelo que ha habido en España por la mudanza de El Rubius:
Ver a los políticos de los partidos gobernantes y a sus lacayos comunicacionales decir que hay que prohibirles la salida o crearles sanciones especiales, me hace pensar que todo el dinero mal habido de las arcas venezolanas que ha terminado en sus bolsillos ha tenido el efecto pretendido. Sí, señores, sin duda alguna hay un régimen chavista en España que está introduciendo a Europa los peores vicios que se hayan visto jamás, y se debe denunciar en todas las instancias posibles.
Pero también se puede votar con los pies, es la forma más primitiva que tienen los seres humanos de expresar su descontento ante la realidad de una nación. Es legítimo y nadie debe sentirse mal por llevarlo a cabo. Además, es lo más inteligente en situaciones insostenibles, pues protagonizar enfrentamientos de otra clase cuando sabes que nadie los va a apoyar no parece que sea práctico.