En el futuro, los teóricos del agorismo utilizarán a Venezuela como un ejemplo bastante representativo de su modelo ideal. Es interesante ver cómo en este país está prosperando un sistema «contraeconómico» al que acuden no solamente el ciudadano de a pie, sino también los miembros más altos de la clase política.
Evaluemos –por poner un ejemplo– el mercado de divisas: la tiranía bolivariana estableció un férreo y burocrático control de cambio que provocó una brutal escasez de divisas en pocos años, una política que a su vez hizo florecer un mercado negro del que se han beneficiado, y aún se benefician, un sinnúmero de personas. Éste es solo uno de los muchos otros mecanismos que el venezolano ha encontrado para funcionar en paralelo a lo que se supone es regular, en una especie de sistema «anárquico» que poco a poco ha adoptado sus propias normas y mecanismo que lo autoregulan.
Comentaba recientemente con unos amigos que el venezolano tiene un espíritu emprendedor muy volátil e ingenioso capaz de salirle al paso a cualquier arbitrariedad que al Estado se le ocurra imponer. Y digo «el venezolano» porque no he visto ese mismo espíritu en el Uruguay (donde actualmente resido). En este país de América del Sur, el Estado tiene un peso enorme. Su intromisión en la vida pública es intensa y a la gente se le hace extremadamente difícil escaparse de sus garras. Es muy difícil encontrar mercados negros en Uruguay; los hay, obviamente, pues en todos los países del mundo los hay, pero -sin duda- nada como Venezuela.
Ahora, esto me genera varios dilemas: yo no soy muy fan del agorismo como un mecanismo consciente. Me explico…
Es fascinante que las personas hagan cosas para esquivar los tentáculos del poder, cosas que de hecho no deberían considerarse crímenes (los mercados criminales son, para los agoristas, «mercados rojos»), y es aún más fascinante que lo hagan de una manera inconsciente, como si de hecho ser libres estuviera impreso en su ADN. Ahora, cuando la cosa es consciente, hay un problema.
Como tiene unos aspectos positivos, el agorismo, para mí, es negativo esencialmente por ser una consecuencia de la intervención violenta del Estado, obliga a la gente a subsistir y crear instituciones que se pueden cuestionar mucho, moralmente hablando (esa delgada línea que hay entre un mercado negro y un mercado rojo), lo que supone un caldo de cultivo perfecto para el resentimiento, que es a su vez el principal elemento que utilizan los socialistas-estatistas como combustible.
¿Un ejemplo de esto? El «bachaqueo», el estraperlo a la venezolana. Ha sido una respuesta rudimentaria pero efectiva a la escasez de alimentos producida deliberadamente por la tiranía bolivariana mediante las políticas de control de precios. El bachaqueo es beneficioso, en parte, porque provee de los productos que más necesita la gente, pero es, al mismo tiempo, poco eficiente al estar basado en una estructura sin posibilidad de cálculo económico.
El camino correcto entonces sería entender al bachaqueo (al agorismo) como la consecuencia de una acción determinada (las políticas públicas), de forma que pongamos la atención en lo que lo provoca y no en él en sí mismo. Pero como una estrategia para alcanzar la libertad es inútil; y ya incluso podemos ver su fracaso en tiempo real.
De igual manera, el agorismo es algo bastante complejo. Va más allá de una forma de comerciar, pues tiene que ver con cómo entendemos la influencia del Estado sobre nosotros, de qué tanto hacemos caso a lo que nos dictan los políticos y qué tanto nos afectan las estructuras burocráticas que se cimientan sobre nuestros hombros. Siento que la realidad venezolana tiene mucho que aportar en estos casos.
Por Nixon Piñango.