“El estado de naturaleza tiene una ley que lo gobierna y que obliga a todos; y la razón, que es esa ley, enseña a toda la humanidad que quiera consultarla que siendo todos los hombres iguales e independientes, ninguno debe dañar a otro en lo que atañe a su vida, salud, libertad o posesiones.” John Locke, el padre del liberalismo clásico.
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El aborto es un tema amplio y causa mucha división entre los libertarios porque unos valoramos más la vida y otros valoran más la libertad y la propiedad. Pero, ¿Qué significa la libertad por sí sola, sin el don de la vida? ¿No es, más bien, la libertad y los derechos una consecuencia de estar vivos?
El libertarismo se basa en la defensa de tres derechos que son naturales, pues no son otorgados por nadie más que Dios o la naturaleza, dependiendo de las creencias de cada individuo. La declaración de independencia de Estados Unidos (1776), quizá el documento gubernamental más libertario de la historia, dice: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”
La vida es, en efecto, un derecho natural, fundamental e inalienable. Si alguien le quita 5 dólares a otro que tiene miles, está agrediendo su propiedad por pequeña que sea la cantidad sustraída, ¡es un ladrón! Entonces, ¿Cómo es que la vida se defiende menos? y “Si la vida humana, tan solo porque es pequeña, es desechable, ¿Cómo puede el derecho a la propiedad, o el derecho a la libertad, exigir el respeto que necesitan?” escribió Ron Paul.
El credo libertario descansa sobre un principio central: ningún hombre, ni grupo de hombres puede cometer una agresión contra la persona o la propiedad de alguna otra persona. Esto es lo que llamamos el principio de No-Agresión. Sin embargo, los libertarios creemos que el uso de la violencia está justificado en caso de sufrir una agresión o una amenaza de agresión. Intentar quitarle la vida, la libertad o algo que le pertenece a otro son razones suficientes para que este se defienda legítimamente. Pero, ¿Qué pasa cuando alguien es incapaz de defenderse?
Muchos creemos en la legitimidad de un gobierno limitado, coincidimos en que las únicas leyes que deberían aprobarse son las que prohíben los comportamientos que tienen víctimas reales. No es una cuestión de elección personal frente a la coerción estatal; el aborto se trata de una cuestión en la que una persona, en beneficio personal, decide poner fin a la vida de otra. Eso es lo que conocemos como asesinato.
La peligrosa relativización de la vida
Para muchos libertarios la palabra clave, del principio de No-Agresión, es «persona». argumentando que aunque hay vida no se le puede considerar “persona”, sino más bien “un parásito”. Leía por allí a alguno que tratando de justificar que el feto no era una persona escribía textualmente “esa palabra es más que nada un concepto jurídico, que dependiendo de la jurisdicción de cada región, se le puede otorgar o no, el estatus de persona sujeto de derechos”. Es decir, según este pobre argumento -por rothbardiano que sea- depende de la época que se viva, la ubicación geográfica y las leyes lo que determina que es una persona y por tanto sí tiene derecho a la vida.
Es, por lo menos, contradictorio y a la vez conveniente que el Estado “criminal” no debe ejercer coerción para defender la vida de todos por igual, sin hacer distinción de la etapa en la que se encuentre esta vida, pero sí es el mismo Estado “criminal” quien puede definir jurídicamente mediante leyes qué es y qué no es una persona, por tanto, qué vidas valen más. ¡Que peligro!
Hubo épocas en las que por el color de piel o la nacionalidad, algunos seres humanos no eran considerados personas, sino inferiores y por tanto prescindibles. Sus vidas eran relativizadas. Y cuando el relativismo se convierte en la norma, no existen los límites para la maldad y su justificación posterior.
«Mi cuerpo, mi decisión»… ¿De cometer infanticidio?
Otro de los argumentos a favor del aborto es que el no-nacido no puede hacer uso de la razón, ni de la libertad y es incapaz de vivir una vida independiente y lo consideran un intruso, un agresor, un parásito y la madre -debido a sus derechos, “mi cuerpo, mi decisión”- puede eliminarlo. Pero, ¿un bebé de algunos meses o primeros años de nacido es realmente independiente? y, también, ¿agredió el feto o invadió a la fuerza el vientre de su madre? Somos nosotros los que elegimos tener sexo y estos niños -sin ningún tipo de consentimiento- son concebidos en estado de dependencia. Además, la verdadera libertad implica un sentido profundo de la responsabilidad y asumir las consecuencias de nuestros actos. ¡No querer asumir la responsabilidad es cosa de socialistas!
“Igual, seguirán habiendo abortos, aunque los prohíban” dicen también algunos defensores aborteros. Bueno, esa es parte de la naturaleza humana. El ser humano es egoísta. Eso también lo enseña el libertarismo, a diferencia del marxismo que cree en un hombre nuevo desprovisto de interés y bondadoso. Seguirán habiendo abortos, pero también robos y cualquier tipo de agresiones a la vida, libertad y propiedad, pero no por eso se pide la despenalización de estas agresiones. La maldad y las agresiones no se despenalizan.
Cualquier buen argumento a favor del aborto, también lo es para el infanticidio. El aborto busca -principalmente- acabar con la vida de un inocente que fue colocado allí contra su voluntad, pero también incentiva y promueve la irresponsabilidad y la relativización de la maldad. La vida no se relativiza, se defiende. Y si no se defiende, en algunas pocas generaciones no quedará nada que defender.