Ninguna persona, sin importar su cargo o posición de poder con respecto a la sociedad, debería ser protegida de la crítica y del escrutinio; por el contrario, aquellos con posturas de poder en influencia, sin importar la procedencia de sus facultades, debiesen ser los primeros cuyos actos y opiniones debiesen estar bajo el constante ojo analítico de la población en general. Lamentablemente, algunos de estos personajes, revestidos de una suerte de halo esotérico -propio de los cargos que ocupan- se ven exentos de la natural crítica a sus acciones.
Entre estos personajes, nos encontramos con el Papa Bergoglio. Este personaje controversial de la Iglesia Católica, ha dado de qué hablar en varias oportunidades, con sus encíclicas y comentarios; en particular con aquellos referentes a economía y política. De acuerdo con Bergoglio, el mayor responsable de la inequidad y la pobreza en el mundo es el sistema capitalista; al que llama la “nueva tiranía”. Además ha hecho apología del delito al asistir a una visita oficial a Cuba, donde se entrevistó con los dictadores comunistas y no prestó un ápice de atención a sus opositores.
Y sobre esto se pueden escribir incontables páginas y decir millones de cosas a favor o en contra. Habrá quienes defiendan las acciones de Bergoglio, argumentando que su visita busca cumplir con el deber de un Jefe de Estado del Vaticano quien debe realizar este tipo de visitas a propios y ajenos, con la finalidad de cumplir su labor evangelizadora sin importar quien reciba el beneficio. Estas personas suelen comparar a Bergoglio con Juan Pablo II, quien durante su pontificado, el cual coincidió con la Guerra Fría, realizó incontables visitas a países del bloque socialista, especialmente Polonia.
Lo que estas personas suelen pasar por alto es que Juan Pablo II, desde sus tiempos de Obispo de Cracovia, y hasta la caída del Muro de Berlín, presentó una fuerte oposición al comunismo, en sus visitas a los países afectados visitó a la disidencia al régimen rojo y combatió internamente la expansión de la teología de la liberación. Bergoglio, por el contrario, ha sido un entusiasta exponente del socialismo (expresado en la doctrina social de la iglesia), ha hecho apología del delito al visitar y dar aval a los dictadores cubanos y hasta se ha expresado como casi un vocero de la ya casi creída muerta teología de la liberación.
Pero lo verdaderamente terrible de todo esto no es que el Papa tenga una opinión política que apoya uno de los sistemas más criminales y fracasados de la historia -que, tratándose del vocero principal de una de las religiones más expandidas del mundo, ya lo hace suficientemente malo per se-; el problema radica en la falta de criterio de los feligreses quienes no terminan de comprender que tanto el Vaticano, como la figura papal, son instituciones de carácter político y que muy poco tienen que ver en realidad con la Fe y sí, muchísimo más con el momento histórico circundante para la fecha de la elección de quienes ocupan el trono de Pedro en Roma.
Los Papas, o al menos los más recientes, han respondido a una necesidad de relaciones públicas de parte del Vaticano (por favor nótese que diferencio Vaticano de Iglesia), que busca adaptarse a los momentos políticos. Es así como al final de los 70, es electo Juan Pablo II, en un mundo que se creía al borde del holocausto nuclear y cuando el enemigo a combatir, para el mundo libre, era una dictadura global anticlerical y comunista. Benedicto XVI fue la respuesta inmediata a un momento de transición, pero Bergoglio, fue la opción obvia para un mundo confundido, dominado por la progresía y el socialismo Fabiano.
Y es que los Papas y el Vaticano en general -así como el Dalai Lama, los Mustis o cualquier otro representante religioso- es un hombre, corrompible y por tanto sujeto a la crítica del resto de la humanidad.
Quien escribe este artículo no es católico, ni siquiera cristiano, ni judío, ni musulmán, ni budista, ni Sintoísta, pero tampoco Ateo.
Por: Julio Pieraldi