Tengo un montón de recuerdos sobre la crisis de 2008, aquella crisis de las hipotecas «subprimes» que los expertos explicaban en un exceso de libertad económica.
Según ellos, habíamos sido demasiado libres y disfrutábamos de una supuesta «desregulación» que nos hacía propensos al libertinaje y a que las instituciones financieras, pero sobre todo la gente común, y los empresarios, hicieran lo que les diera la gana, aunque fuera antitético, cosas como endeudarse mucho a sabiendas del impago futuro.
Era como la opinión estrella, porque estaba en boca de todos. Recuerdo, incluso, una entrevista que le habían hecho a Vargas Llosa, que es un liberal (bastante light, eso sí), en la que se le veía sucumbir ante esta matriz de opinión y decir que la culpa de la crisis era de unas autoridades ausentes, que hacían la vista gorda a los excesos de los bancos; una opinión bastante ingenua, por cierto (¿de verdad creen ustedes que los gobiernos no saben lo que hacen los bancos?).
Los únicos que decían lo contrario eran los economistas austriacos, quienes explicaban la crisis en los ciclos recurrentes de auge (burbuja) y recesión, exacerbados por la intervención del poder político sobre el sistema financiero y el dinero. En estas épocas, grandes economistas como Jesús Huerta de Soto, se pusieron de moda, porque explicaban estos temas de forma relativamente sencilla, y se hacían virales, convenciendo a muchos (entre esos yo).
No obstante, no convencieron a la mayoría, por eso ahora que estamos entrando por las puertas de una nueva crisis, escuchamos aún cosas como el antiguo argumento del «estímulo». Lo vemos en esto que pasa con el coronavirus: los socialistas dicen que la crisis hospitalaria que la pandemia ha provocado se debe a que el Estado no ha gastado en salud pública, cuando de hecho es precisamente el Estado quien monopoliza dicho servicio de forma coactiva, dicta las normas y hace además que una buena parte de la presión fiscal vaya directamente a éste. Entonces, ¿cómo se puede decir que la libertad es la culpable en un contexto donde prácticamente no existe libertad?
«Los socialistas dicen que la crisis hospitalaria que la pandemia ha provocado se debe a que el Estado no ha gastado en salud pública, cuando de hecho es precisamente el Estado quien monopoliza dicho servicio de forma coactiva»Nixon Piñango
Algo similar ocurre con los detonantes de la crisis económica, que ya han explicado los austriacos hasta el hastío. En este caso, los socialistas han puesto muy de moda el término «austericidio» para describir esta supuesta «falta de gasto» que «desacelera el crecimiento económico». A tal opinión no sólo se pegan los socialistas puros, sino los protagonizas del «maintream financiero», como el FMI, la Reserva Federal, los bancos centrales, etc., etc., etc., que están gobernados por personas que aprendieron en la universidad una teoría falsa que dice que un billete de papel, o que un dígito en una cuenta bancaria, tiene más poder para crear un puesto de trabajo que la función empresarial y todo el natural de división del conocimiento.
¿Pero cuál es la realidad? La realidad es que los Estados se hacen cada vez más grandes, han encontrado formas más sofisticadas para intervenir nuestras vidas, para robarnos en su favor el dinero o el valor que éste tiene, y así gastar de forma cada vez más derrochadora. Sólo hace falta revisar cifras fundamentales a escala global, como la presión fiscal o la deuda pública aumenta en todos los países, y darse cuenta de que, lejos de un «austericidio», lo que ha habido es un «gasticidio».
«La realidad es que los Estados se hacen cada vez más grandes, han encontrado formas más sofisticadas para intervenir nuestras vidas, para robarnos en su favor el dinero o el valor que éste tiene, y así gastar de forma cada vez más derrochadora.»
Lo malo de esta realidad es que parece que las personas no la notan, y es lógico porque es dificilísimo asumir que, por ejemplo, esa deuda que el banco les dio (a sabiendas de que a futuro no la iban a poder pagar) es el resultado de un complejo proceso que dirige la inflación hacia ciertas actividades económicas, privilegiándolas con el aumento de los precios en los bienes que éstas producen y creando de la nada unos beneficios que nunca hubiesen existido por medios naturales.
Pero hay un lado bueno, y es que podemos ver en las personas una creciente sensibilidad fiscal, y no porque se estén informando más (que también), sino porque ya los impuestos les parecen cada vez más absurdos y sangrantes y los precios elevadísimos que comprometen la calidad de vida hacia futuro ya suscitan sospechas sobre la ineficiencia del gobierno para fijarlos. Sólo esperemos que esto sea suficiente para que las consecuencias de la crisis venidera no sean tan fatales.
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Por Nixon Piñango.