La mayoría de la gente que conozco está endeudada. Si no es una hipoteca, es una tarjeta de crédito o un préstamo amortizable en un banco. Y esto no es sólo cosa de nuestra derruida Latinoamérica; también en el Primer Mundo. De hecho, allí la gente está tan o más endeudada que en cualquier otro lugar.
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Habrán escuchado a sus amigos y familiares que viven en Estados Unidos decir cosas como: «tengo casa, carro, un teléfono carísimo, pero todo lo debo». Y sí, es una realidad que la gente ha asumido sin prácticamente ningún pataleo aun cuando es la base de las peores catástrofes económicas que han devastado nuestras sociedades.
El disparador de toda crisis económica es la deuda. Las crisis ocurren cuando buena parte de los individuos caen en el impago de sus obligaciones financieras al mismo tiempo y hacen que todo el sistema bancario quede insolvente: los bancos quiebran y a su vez la gente pierde el dinero que había guardado en ellos. Todo el proceso de ahorro, inversión y consumo se paraliza en lo que se conoce como recesión justo después de que el mercado haya depurado implacablemente los emprendimientos no rentables.
Pero la deuda es sólo un disparador, una manifestación de un proceso más complejo que está detrás y que es la quintaesencia del socialismo financiero que reina sobre la humanidad. La gente piensa que el sistema bancario y el dinero que usamos en nuestros días son cosas del capitalismo, y no, realmente son las instituciones más reguladas que existen.
Hablemos del dinero primero: surgió evolutivamente como un mecanismo para acabar con el problema de la doble coincidencia de necesidades que se daba durante el trueque, pero fue secuestrado rápidamente por los políticos una vez que estos se dieron cuenta de que controlándolo también podrían controlar a la gente.
La intervención del Estado en la moneda es tan antigua que ya podemos ver referencias de ello en la Biblia, específicamente durante los debates que tuvo Jesucristo con las autoridades judías en el templo de Jerusalén y que concluyeron en la famosa escena de expulsión de los mercaderes. En ese momento, Jesús habló sobre el pago de impuestos; Lucas lo describe de la siguiente manera (Lucas 20:23-25): «(…) Pero Él, percibiendo su astucia, les dijo: “Mostradme un denario. ¿De quién es la imagen y la inscripción que lleva?” Y ellos le dijeron: “Del César”. Entonces Él les dijo: “Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”».
Es sólo una referencia conocida; sin embargo, existen hallazgos de intervención del dinero en el Antiguo Egipto.
Por su parte, la intervención del sistema financiero es quizás un poco más reciente y ocurrió con la creación de la banca central a finales del siglo XVII, en Inglaterra. La idea era otorgar el monopolio de emisión de moneda a una única institución a cambio de que ese dinero pudiera usarse de forma indiscriminada para financiar al Estado.
Con el paso de los años, este nuevo sistema financiero privilegiado por la monarquía, se fue haciendo cada vez más complejo a medida que los banqueros descubrían métodos nuevos para generar beneficios, uno de esos métodos fue la reserva fraccionaria: el banco otorgaba al ahorrista una promesa de pago (vale), válido por el dinero que este último depositó en un principio. Aunque en esencia no era dinero, el vale podía ser usado como medio de pago, y era cómodo, sobre todo en transacciones altas.
Los banqueros se percataron de que la economía podía moverse sólo con el uso de estos vales y sin necesidad de movilizar el oro de sus arcas, eso los llevó a pensar que podían apropiarse de una parte del oro ocioso para sus negocios personales, manteniendo otra parte en ellas para poder cumplir con los retiros esporádicos de los clientes. Haciéndolo sin más, sin embargo, estarían cometiendo un delito de apropiación indebida, pero como habían trabajado en crear una estrecha relación con el Estado, este último les permitió hacerlo sin ser criminalizados. De allí que los bancos no tengan en sus arcas todo el dinero que depositamos en ellos; se calcula que en el fondo hay sólo un dos por ciento del total. Aun así, no nos dicen que se han apropiado de nuestro dinero, nos muestran depósitos a la vista de los que supuestamente podemos disponer cuando queramos.
Si lo analizamos con detenimiento, entenderíamos que los bancos están creando dinero de la nada, pues dan capacidad de pago sin respaldo a los ahorristas. Los economistas de la Escuela Austríaca explican que este mecanismo es responsable de abrir una brecha entre el ahorro y la inversión que conduce a errores sistemáticos en el emprendimiento y, por tanto, a la crisis. Su explicación técnica pasa por fundamentos económicos profundos que no son precisamente fáciles de entender pero que tienen que ver con la inflación y con el hecho de que todas las instituciones financieras tienden a coordinarse como si fueran una sola empresa. Recomiendo que vean el documental Fraude: por qué la gran recesión, una película de 2012 que explica todo esto y que está gratuita en YouTube.
¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestras deudas?, se preguntarán. Pues mucho, sino todo.
De forma natural, la economía tiene ciclos no predecibles y multicausales. En palabras simples, se definen como momentos donde hay capacidad para gastar (consumo) y momentos donde no (ahorro); entonces todo el comportamiento social se acondiciona a esas realidades a través de los precios, que son los más importantes indicadores de la acción humana. En las etapas de ahorro, las economías tienden a capitalizarse y a reducir la preferencia temporal para crear proyectos de negocio que madurarán a largo plazo y que darán origen a bienes y servicios que se consumirán en la siguiente etapa.
La capacidad de crear dinero de la nada que tienen los bancos hace que la gente tenga la sensación de que ha habido una etapa previa de ahorro que dejó recursos disponibles para el consumo y la inversión; esto se traduce en bancos queriendo obtener intereses de ese dinero de nueva creación y, por tanto, persiguiendo al público para venderle productos financieros como créditos o préstamos con condiciones muy asequibles (dinero prácticamente gratis). Como sabemos, el dinero de nueva creación tiene un efecto de alza de los precios de los bienes y servicios en el mercado (inflación) y por tanto da pie a un círculo vicioso en que los precios suben, la gente se endeuda, los precios vuelven a subir y la gente se vuelve a endeudar…
Además de eso, los sistemas políticos propician el endeudamiento creando normativas laxas que prácticamente dan impunidad a todo el que caiga en el impago: nadie va preso por deudas, a nadie le incautan bienes por deudas, la inclusión de morosos en listas negras tiene fecha de caducidad, etc. En el fondo, los regímenes políticos han convenido que la mejor forma de financiar el crecimiento económico de sus países es a través de la deuda y no del ahorro; han creado sus beneficios en función de esto y no quieren que deje de ser así… Entonces, ¿cómo alguien podría quejarse de otro por ser moroso si probablemente la deuda del Estado para el que contribuye supera con creces su capacidad de pago?
Es justo allí donde empieza el debate de la deuda como una opción para la vida.
Penalización del ahorro
¿Qué onda esos padres, abuelos y gente que vivió en un mundo muy distinto al de ahora? Ellos nacieron cuando aún el dinero fiduciario podía cambiarse por el oro en las arcas de los Bancos Centrales, y no como ahora, únicamente basado en la promesa de que los políticos no lo expandirán o contraerán en exceso (promesa endeble en escenarios desesperados).
Los boomers critican a los millenials por ser poco ahorradores pues para ellos la vida fue mucho más sencilla en ese sentido: en su época el dinero valía más que ahora, ciertamente se podía mantener a una familia con un solo sueldo y se recurría a las deudas únicamente cuando había que comprar un auto, una casa o hacer una inversión importante (bien es cierto que no había las necesidades básicas del presente, como el Wi-Fi o un teléfono con datos). Ahora, la gente compra comida y ropa con sus tarjetas de crédito. ¿Pero está la gente endeudada porque quiere o porque no tiene otra opción?
Los políticos y los más grandes banqueros diseñaron el sistema económico moderno para penalizar el ahorro hasta hacerlo contraproducente, o sea, la gente no ahorra no por falta de sentido común sino porque el sentido común va en dirección contraria: el que ahorra, tiene las manos atadas. Los venezolanos (que vivimos años en un infierno hiperinflacionario) lo sabemos perfectamente; no tiene sentido guardar un billete que sabes que mañana no valdrá nada, mejor gastarlo hoy en lo que sea, aun si es innecesario. En un entorno así, la deuda excesiva es el único medio que tiene la gente hoy en día para llevar a cabo sus anhelos y eso, sea bueno o malo, es en gran medida inevitable.
Por culpa del perenne inflacionismo, las únicas personas con capacidad de ahorro son aquellas cuyos ingresos anuales sobrepasan por mucho el salario medio de los países. Pongamos por caso el Uruguay, país donde resido: la economía de este país se considera una de las más sólidas del continente, incluso se cree que puede formar parte del Primer Mundo en pocos años. El sueldo medio en Uruguay es de setecientos dólares al mes, o en torno a los treinta mil pesos uruguayos. Quienes ganan ese sueldo o incluso un poco más, terminan ahorcados todos los fines de mes, y es que el poder real de ahorro en el Uruguay empieza a partir de los mil quinientos a dos mil dólares, o sea, en torno a ochenta y cinco mil pesos uruguayos, un sueldo que acá ganan sólo los cargos más privilegiados de la nómina pública.
Pero quizás no sea muy diferente en Norteamérica o Europa. ¿Quién no conoce a alguien que ha emigrado a esas regiones y que en este momento no tenga tantas o más deudas que él? Yo recuerdo que seguí mucho la actualidad española después de la explosión de la burbuja de las suprimes y en los programas de televisión no paraba de aflorar una contracción basada en las cuestiones que expliqué anteriormente: las personas, asustadas por la crisis paraban su consumo mientras que los expertos en los medios de comunicación les acusaban de haberse endeudado sin control pero a su vez les decían que no podían dejar de consumir, que eso destruiría la economía; una evidencia de que los economistas del mainstream financiero global lo que hacen es confundir a la gente y acusarla de lo malo cuando son ellos los que tienen la culpa de todo.
¿Se le puede dar un fin a esto?
Por mucho que la laxitud de las leyes que regulan las deudas exista, la morosidad tiene consecuencias económicas importantes. Cuando alguien no paga, la confianza en él se reduce y pierde su capacidad de financiamiento, lo que le impide acceder a transacciones importantes en el futuro, o sea, se condena a sí mismo a ser pobre y a la supervivencia básica por mucho tiempo. Esto no es perjudicial cuando es un problema de ciertos individuos, pues simplemente se trata de un contrato entre personas que dispone cláusulas para quien lo viola. Pero el hecho de que sea masivo implica un nivel de inestabilidad que deriva en catástrofes seguras cada cierto tiempo, crisis que provocan altos niveles de desempleo, aumento de la pobreza e inflación (en los países con soberanía monetaria).
Cuando es el Estado el que incurre en este endeudamiento impagable, el problema es muchísimo más grave porque pone en jaque todos los planes que financia, entre ellos los planes sociales que facilitan la vida de quienes menos tienen o incluso cosas básicas como la salud y la educación pública. Si un Estado no paga sus deudas, ninguna institución financiera internacional o ningún otro Estado le presta, lo que apronta la catástrofe, una situación de la que además es complicado salir e implica un brutal sacrificio del ciudadano común.
Aunque no es sencillo abandonar un sistema así, no es imposible, siendo que ya la humanidad ha vivido parte de su historia de la otra manera existente: el ahorro financiando la inversión. Pero no es algo que dependa del ciudadano común, sino del Estado. Dentro de las estructuras de poder deben ocurrir reformas importantes que den pie a que la cosa cambie, empezando por el control sobre el dinero. Si el Estado deja de intervenirlo también dejaría su control sobre nuestro poder adquisitivo y no habría que preocuparse porque lacere nuestros salarios cada vez que necesite financiar su gasto político.
Aunque nadie tiene la respuesta exacta de cómo lograr que el Estado lo haga, ya que es contra intuitivo para los políticos; algunos pensamos que el secreto está en una batalla cultural que cambie la mentalidad de las personas y que eso se refleje en cómo nos organizamos socialmente, y otros creen que no hay más remedio sino propiciar una revolución o entrar a la estructura del Estado para dinamitarla desde adentro. Sea como sea, ninguna de estas estrategias es sencilla y tampoco parece que se puedan aislar la una de la otra.