El salario mínimo no es más que el pago mínimo -como su nombre lo indica- a una persona o trabajador, para subsistir.
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El salario mínimo -bajo su propia definición- es una idea muy abierta y hasta subjetiva. Dado que entendiendo salario mínimo como “mínimo de subsistencia”, uno podría pensar que solo debe cubrir comida, vivienda y salud, pero todo dependerá de su escala de preferencias y necesidades. Tal vez, una persona que tenga un salario mínimo podría pensar que este debería cubrir mucho más que esas tres cosas, tal vez ropa, educación, ocio.
Pero en ese sentido, para una persona de muy escasos ingresos, esas tres sean más que suficiente, o quizás para una persona joven que está trabajando y vive con sus padres, su escala de preferencias podrían ser muy diferentes, como querer comprarse un carro, viajar o gastarlo en entretenimiento.
¿A qué quiero llegar con esto? Que en este mundo donde la acción humana prevalece, son las acciones individuales las que importan, por lo cual, es cada individuo el que -dentro de sus necesidades y preferencias- debe -por medio de los contratos, la cooperación y la libertad de decisión- tomar y negociar el salario mínimo que mejor logre satisfacer esas necesidades.
Lamentablemente, desde hace mucho tiempo, la idea de permitir que cada quien negocie su salario con el empleador mediante la cooperación voluntaria entre estos, ha sido satanizada y atacada bajo falsas premisas por ciertos grupos, entre los cuales están los sindicatos, gremios y políticos.
La razón de estos ataques es, nada menos, que crear un discurso de odio contra los empleadores, ya sea un gran empresario o un emprendedor. Por medio de teorías obsoletas y falsas, afirman que estas personas “les roban el fruto del trabajo al trabajador” y es por esto que estos grupos se toman en nombre de todos la “lucha” de fijar salarios por el “bien común”, para brindar un salario “justo y digno”.
Podríamos debatir si los sindicatos son buenos o malos, al igual que los gremios, pero de manera general, debemos entender que en el mundo siempre han existido y existirán personas buenas y malas.
Como todos sabemos, una empresa es manejada por individuos y estos individuos podrían tratar de abusar o usar su posición para aprovecharse de los trabajadores. En esto, los sindicatos y gremios juegan su papel de velar que los contratos sean cumplidos y no se esté pasando por encima de la ley y los derechos de los trabajadores, al exigir ambientes laborales que no sean llevados a niveles esclavizantes. Hasta aquí llega el papel de estos tipos de colectivismo de trabajadores, pero cuando estos sobrepasan su propósito, todo se torna desfavorable para muchos trabajadores, y en especial, en el tema que tratamos aquí, los que reciben salarios mínimos.
El problema del salario mínimo
El salario no es más que la remuneración de un pago por un servicio brindando, punto.
En el mundo actual hay personas que no poseen medios para lograr montar su empresa o emprendimiento, o simplemente prefieren una vida tranquila en la cual ofrecen sus servicios a cambio de un pago que crea conveniente para vivir una vida sin muchos riesgos.
Es por esto por lo que las personas -bajo estas características- cambian su ocio por un pago a su capacidad de producir un producto X en un tiempo determinado. Cuando el pago que les ofrecen es más valorado que no hacer nada, las personas acuerdan trabajar. Pero todo esto lo estamos viendo desde un punto de vista individual, donde cada uno acuerda -respecto a su situación- su salario. Además, falta decir que hay otro punto que estamos dejando olvidado y es la llamada productividad.
La productividad está determinada por su capacidad para hacer un trabajo, por ejemplo, cuántos zapatos puede hacer en una hora o en una semana. Pero hay herramientas que pueden permitir al trabajador ser más rápido para hacer su trabajo, estas herramientas son llamadas capital. Con la palabra “capital” no solo nos referimos a dinero, sino también a una tijera o una engrapadora, también a máquinas y capacitación de las personas para el uso de esas tecnologías que permitan ser más rápido o en este caso productivo.
Por lo cual, mientras más productiva sea cada persona y mientras más herramientas, máquinas, equipos y capacitación tenga, su trabajo será más valioso y su salario será más alto. ¿Pero qué tiene que ver el salario mínimo en todo esto?
El salario mínimo, cuando no es acordado individual y voluntariamente, debemos entender que es acordado por medio de una imposición, ya sea un colectivo, sindicato o gobierno. Cuando los salarios son impuestos de esta manera, no se toma en cuenta a cada individuo, solo se fija un salario donde estos colectivos -ya sea por una medida populista o una medida que solo convenga a unos pocos- terminan fijándolo por encima del que fijaría el mercado, ¿Cuál mercado? Oferta y demanda; en otras palabras, empleado y empleador.
Pero al fijar el salario de forma unilateral y pasando por encima del mercado, termina siempre siendo fijado por encima del que este fijaría, “beneficiando así a todos los trabajadores” según quienes lo impusieron. Pero esto es una gran mentira
El salario mínimo sí beneficia a algunos momentáneamente, a aquellos que eran ya mucho más productivos y capacitados. ¿Qué pasa con los menos productivos? Al no valer lo mismo que quienes producen más, su nuevo salario mínimo se convierte en un costo muy alto para el empleador y terminan siendo despedidos, pasan a la cuenta de desempleados.
¿Quiénes son -entonces- los que pagan el precio con el nuevo salario mínimo?
Pues los menos productivos y capacitados. Y no solo se trata de personas con poca educación, también aquí pagan el precio los que están nuevos en el mercado laboral y que quieren ganar experiencia, pero que ahora no podrán, o las personas mayores que aún necesitan y quieren trabajar, pero que no valen el nuevo salario mínimo y son desplazados.
Todas estas personas -en un mercado libre- pudieron haber acordado un pago que mejor les convenía, según su capacidad, pero ahora -justamente- bajo el lema de “salarios justos y humanos” han terminan siendo sacrificados por aquellos que le aventajaban en conocimientos y capacidades.
Las personas que se atribuyen “luchas” en nombre de los demás, muchas veces desconocen de la realidad, la cual para el individuo es la búsqueda de pasar de condiciones menos satisfactorias a más satisfactorias. Pero son esas condiciones las que toman un tiempo, actualmente la sociedad ha dejado de razonar y han caído en la creencia que todo viene dado por arte de magia, que las cosas que hoy tenemos o los salarios que hoy se tienen siempre fueron así, lo cual los lleva a cometer errores fatales. Han perdido la noción de que el nivel que puede tener hoy día Europa o Norteamérica, ha sido posible gracias a un proceso que llevó años, y que los países pobres tendrán que recorrer esos mismos caminos si quieren llegar a ser iguales que ellos. Tratar de igualar las condiciones solo por medio de emociones y “buenas intenciones”, termina siendo fatal.
Cada vez que se fija un salario más alto por medio de una ley, ya sea por un grupo o persona, se está condenando a quienes buscan una mejor vida. Solo será el tiempo, el esfuerzo y el trabajo el que permitirá -libremente- a cada uno mejorar sus condiciones individuales y satisfacer sus necesidades, que nunca serán iguales a las de ningún otro, ni siquiera a una persona que esté en igual situación. Es el tiempo el que permitirá que la persona aprenda y se vuelva más capacitada para ser más productiva, es el esfuerzo mediante el trabajo y el ahorro el que le permitirá cada día, ir incluyendo más bienes y servicios en sus listas de necesidades.
Los salarios mínimos no son soluciones mágicas, ni recetas para eliminar el desempleo y la pobreza. Al final, terminan siendo todo lo contrario y con ello, empeorando la vida de las personas que más lo necesitaban, dejándolos en un estado permanente de sufrimiento, miseria y la pérdida de toda posibilidad de tener algún día, una mejor vida.