Imaginemos el preludio de esta historia…: trabajamos y con mucho esfuerzo hemos ahorrado; nos encontramos alegres, porque pronto, luego de varios años vamos a ser dueños de un hogar –un pequeño apartamento tipo estudio, la materialización de nuestros sacrificios y privaciones-. Pero luego de mudarnos, y traer nuestras cosas -cual película de terror- despertamos en el “condominio maldito”, el cual gracias a la legislación socialista, es bastante parecido a muchos condominios de nuestro país.
Al amanecer, nos damos cuenta que nuestra anterior felicidad, fue un sueño. No estamos allí por propia voluntad, la verdad es que estamos obligados a vivir en este lugar, bajo unas raras condiciones, en razón de un imaginario y contradictorio pacto que no suscribimos.
En el condominio maldito, al vigilante de la entrada, poco le importa que entren intrusos o delincuentes a nuestro hogar; él está siempre más interesado en vigilarnos, incluso hace preguntas sobre dónde compramos la comida, cuánto nos costó o por qué no llegamos a dormir la semana pasada, y qué era “ese” olor que sintió la otra noche….
Luego de interrogarnos, de modo socarrón nos dice: “simpática la tipa del 4F, pero no tanto como su mujer…”, por lo que lamentamos, no vivir en una sociedad más “atrasada”, en la que sea posible cegarlo y cortarle la lengua, o simplemente hacer un colador de él.
Pero lamentablemente en el condominio maldito están reguladas las armas: no las podemos tener en nuestras propiedades, menos portarlas en las áreas comunes y ni hablar de usarlas contra alguien que sea la autoridad, aunque nos haya gravemente ofendido. Cuando salimos, el vigilante maldito -del condominio maldito- incluso está facultado para decirnos: “No llegue después de las 9pm”.
Este homínido, tiene su equivalente en el Estado, y se le acostumbra a llamar funcionario de policía. Casi siempre tiene una configuración básica, la que es una mezcla de delincuente con fanático de alguna religión atrasada (configuración a la cual a veces se le puede instalar como accesorios, valores individuales como el heroísmo y el sacrificio, sobre todo si se va a emplear como guardaespaldas de alguien “importante”).
Para hacer mejor su trabajo el vigilante cuenta la colaboración de la conserje, quien en el condominio maldito, en vez de cumplir con sus obligaciones naturales –limpiar y mantener en buen estado las cosas del edificio- prefiere servir de psicoterapista educativa, consejera matrimonial o cuidadora de niños.
En este condominio, pese a que la conserje no limpia en las áreas comunes, el administrador ha decidido: 1.- que esta también limpiará los apartamentos –lo cual hará deficientemente o simplemente no hará- y 2.- que además sus propietarios tiene prohibido hacerlo; quienes por el contrario y absurdamente deberán participar activamente con la conserje en la limpieza del edificio. (En todo caso, el administrador está pensando en crear una vice-conserjería)
Cuando, vas de salida, varios vecinos te dicen que: como tienes un carro grande, y trabajas por tu cuenta –lo que según ellos significa que no tienes la obligación de llegar temprano a ninguna parte- «debes» –porque el administrador lo ha ordenado en nombre de la fraternidad- llevar a sus hijos a la escuela. Luego no tardas mucho en averiguar, que el administrador consiguió ser electo con los votos de “esos” vecinos.
Al llegar en la tarde, te encuentras con un acta de asamblea de condominio, la cual se celebró secretamente y sin tu participación, mediante la que se le dieron “poderes habilitantes” al administrador –un sujeto que trabaja como asesor en el ministerio del poder popular para la felicidad de las flores y la preservación de los cometas, a quien bautizaremos como el socialista sin cabeza-. Le comentas el hecho a tu mujer y al vecino de al lado, el cual supuestamente también anda medio arrecho como tú; pero ambos te dicen que: es mejor no preocuparse, dejar eso así, que la situación se arreglará en el futuro y que en unos meses habrán elecciones.
Pero a la siguiente semana, encuentras una disposición del administrador -con rango y fuerza de asamblea de propietarios- mediante la cual se aumenta la contribución para los gastos comunes, pero sólo a las personas con ingresos altos -categoría de la que tú formas parte según la información aportada al administrador, por el vigilante, la conserje y otros vecinos cooperantes de la contraloría social del condominio maldito-.
Dichos fondos adicionales supuestamente serán utilizados para el desarrollo integral del condominio, con lo cual tu conjunto residencial se convertirá en un edificio potencia en la ciudad.
No obstante, el edificio empieza a parecer una pocilga y la entrada se convierte el refugio de los huelepegas de la calle. Sin embargo, el presidente de la junta de condominio que se encuentra desempleado, logra ponerle el motor que le faltaba a su carro, y la mujer del administrador se implanta 600cc en cada teta.
El resto del dinero se usa para reformar la imagen del condominio, es decir: los avisos, los letreros y papelería con un nuevo logotipo. Además, con un préstamo se financia una gira del administrador por unos condominios en la Isla de Margarita; la cual se realiza para celebrar unos convenios de cooperación inter-condomiales y además obtener nuevos préstamos de condominios aliados.
Pese a estar desempleado y haber puesto en funcionamiento su vehículo –y ser un hombre de alta sensibilidad social-, el presidente del condominio maldito -por razones de seguridad- no lleva a nadie en su carro. Pero, para aliviar la situación de los vecinos ha decidido regular el precios de los taxis que entren al edificio; por lo que ningún taxi ha vuelto a pisar el lugar y ahora hay que caminar cinco cuadras antes de poder tomar uno.
Dada la situación, un buen día decides que te quieres ir, y pones a la venta tu apartamento que supuestamente forma parte de tu patrimonio. Pero no hay quien quiera vivir allí y nadie te lo quiere comprar a menos que sea a un precio muy bajo; aun así, encuentras a un comprador.
Para tu sorpresa, resulta que el condominio maldito te dice que no lo puedes vender, sino: a un precio «justo» incluso más bajo al que has negociado; a quien el administrador te diga. Por si fuera poco, te van a pagar con “condominiales fuertes” -una moneda que el administrador imprime fotocopiando billetes de monopolios- y que sólo se puede usar en el edificio para comprar la escasa comida regulada que hace la conserje y unas artesanías que elaboran unos hipies que “ocuparon” el apartamento de un infeliz, que decidió irse antes que tú.
Pero tú decides mandarlo todo al carajo -y como todavía tienes unos ahorros- igual te vas y escapas. Pero un buen día en tu nuevo lugar, oyes unos acordes de guitarra que te recuerdan una canción que “alguien” oía. Luego ves bajo la axilas de alguien un libro que se parece a un libro que “alguien” leía. Por último escuchas a alguien decir que: “la solidaridad es una obligación…”, ta cual como “alguien” decía.
Entonces te das cuenta que su presencia… es fuerte en las mentes de los que tienen miedo a ser libres… y que no importa el lugar… es fácil que todo vuelva a empezar…
Por: Edgar Gil | Foto: elestimulo.com