La historia de la humanidad ha estado en su mayoría precedida por la pobreza. La edad Media, por ejemplo, fue una época donde el 90 por ciento de las personas en el mundo eran pobres y esto se mantuvo más o menos igual hasta 1900. La revolución industrial marcó un antes y un después en la historia de la humanidad.
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No nos equivoquemos, la revolución industrial no fue un milagro, ni tampoco fue mera casualidad lo que ocurrió. Todo este avance tecnológico de fábricas y de aumento de la producción, fue el resultado de varias décadas atrás, donde el ser humano comenzó a comprender su relación con la naturaleza y cómo -mediante el uso del trabajo, la creatividad y el querer salir de sus condiciones de precariedad- logra crear un ambiente propicio para que se diera la revolución industrial.
El ahorro, el tiempo, los procesos productivos más largos fueron fundamentales para el aumento de la productividad y -con ello- del aumento de la riqueza de los países. Las máquinas que, contrario a los que algunos creían, no desplazaron al trabajador, sino que se convirtieron en un brazo más que lo complementaba. Los países empezaron a comprender que el libre mercado era el mejor medio para poder mejorar sus condiciones de vida, para obtener mayores bienes e ingresos.
La pobreza pasó del 90% a menos del 20%. El desarrollo tecnológico permitió la conservación del ambiente, la aparición de nuevos materiales, la capacidad productiva permitió crear nuevos bienes y servicios, la calidad de vida se elevó a niveles impensables, la medicina, las ciencias, todo esto fue gracias no solo a la capacidad humana, sino también a un sistema que le permitiera desarrollarla, un sistema basado en la igualdad ante la ley, el respecto de la propiedad privada y -sobre todo- un ambiente donde la libertad fuese fundamental. Sin nada de esto, seguramente el mundo seguiría siendo muy parecido a como era antes de la revolución industrial.
Así como la humanidad tuvo que pasar por una etapa de ahorro y tiempo para madurar y lograr el nivel de vida que tenemos, también se puede generar el efecto contrario, el cual se conoce como la economía regresiva, que es exactamente hacer lo que estamos haciendo hoy en día, en pleno siglo XXI.
Hoy día, una minoría llamada clase política y algunos grandes empresarios, economistas y expertos, están cayendo en la peligrosa soberbia y arrogancia de creer que el mundo no puede desarrollarse sin ellos. Pero la verdad es que en ese afán por imponer un mundo que solo en sus cabezas parece tener sentido y ser realidad, están llevándonos por la senda de la pobreza.
Creer que el consumo es más importante que el ahorro, pretender que mientras más dinero se imprime seremos más ricos, que impulsar cambios de tecnologías y usar el poder y violencia del Estado para imponerlos, sin entender los efectos negativos que produce en las personas, en sus vidas y en su futuro, solo muestra la desconexión de la realidad de quienes hoy se creen una especie de monarquías modernas.
La mal llamada lucha contra el cambio climático, las restricciones a la movilidad de capital, la penalización del ahorro y de los mal llamados paraísos fiscales, el aumento de los impuestos, la desigualdad ante la ley y el aumento de los privilegios para grupos de grandes empresas, está creando un desincentivo a las personas para ahorrar, producir, buscar competir y desarrollar nuevos cambios tecnológicos que permitan impulsar el crecimiento económico, para elevar la división del conocimiento y del trabajo.
En realidad, lo que estamos viendo es una reducción de la competencia, la imposición del uso de nuevas tecnologías las cuales sus precios son tan altos, que están quebrando empresas y están reduciendo el poder adquisitivo de las personas. La alta inflación, producto del descontrol de los gobiernos al imprimir y crear dinero de la nada, están destruyendo las estructuras productivas de los países, están afectando la globalización y la división del trabajo, con lo cual las cadenas de producción se paralizan.
Esta situación está generando un estancamiento económico, lo cual trae como consecuencia el aumento de la pobreza, conflictos en las relaciones de intercambio e incertidumbre.
De seguir este mal camino bajo erróneos principios económicos y ausencia de las ideas correctas, lo que nos queda es ir, con el pasar de los años, regresando a aquel punto donde todos éramos pobres y miserables, si esta clase política de izquierda sigue en el poder.
Hay que sacarlos; nuestra responsabilidad moral es conspirar contra el establishment.