“La línea que divide el bien y el mal pasa a través del corazón de cada ser humano”
Aleksandr Solzhenitsyn
Fyodor era un campesino que vivió en el pequeño pueblo de Masleno, Rusia. En 1925, tras su muerte, su hijo Shurka tenía apenas trece años. Ese día, Shurka tuvo que convertirse en cabeza de su familia y trabajar para mantener a su mamá y a sus hermanas. Shurka se dedicó a trabajar duro y aprendió a negociar con adultos. Gracias a ello, cuatro años más tarde, su granja estaba produciendo a buen ritmo y sus contenedores de grano estaban llenos. Ese año, Shurka y su familia fueron cruelmente expropiados de su granja y fueron catalogados como «enemigos de clase», solo por el hecho de ser una familia de campesinos exitosa.
Esta es solo una de las historias que llevaron al genocidio de 15 millones de personas a causa de hambruna en la Unión Soviética. La campaña de expropiaciones, deportaciones y condenas a muerte de los campesinos exitosos (también conocidos como kulaks) redujeron la producción agrícola y llevaron a la hambruna planificada de millones de hombres, mujeres y niños. Así resultó la ejecución del plan del Partido Comunista conscientemente dirigido a «liquidar a los enemigos de clase» para reducir las desigualdades en la sociedad comunista.
Mucho se ha hablado del comunismo como una utopía, como una ideología para traer el cielo a la tierra. En cambio, muy poco se nos ha enseñado sobre el comunismo como ha demostrado realmente ser. Es hora de exponerlo en cada museo de historia moderna y en cada escuela en América Latina: el comunismo trae miseria, terror y genocidio.
Aleksandr Solzhenitsyn, un famoso sobreviviente de los campos de concentración soviéticos, expuso ante el mundo las aberrantes torturas, crueldades e injusticias que caracterizaron la implementación del comunismo en la Unión Soviética. La instauración de campos de concentración de trabajo forzado fue una estrategia iniciada por Lenin y perfeccionada por Stalin para utilizar a decenas de millones de prisioneros políticos como esclavos. No existen cifras oficiales, pues el régimen comunista se encargó de ocultarlas, pero algunos estiman que casi 2 millones de personas murieron a causa de las extremas condiciones de vida dentro de los campos de concentración. Pero la Unión Soviética no fue el único caso que demostró que el comunismo es una ideología genocida.
En China, alrededor de 30 millones de personas (equivalente a la población actual de toda Venezuela) murieron de hambre a causa de las políticas comunistas de Mao. El fracaso de las políticas del «Gran Salto Adelante» condenaron a millones de chinos a morir de hambre en sus comunas, incluso llegando recurrir a prácticas abominables de canibalismo para intentar sobrevivir. En medio de esta tragedia, el Partido Comunista chino se negó a recibir ayuda humanitaria de otros países. Peor aún, China siguió exportando granos para ocultarle a la comunidad internacional la existencia de esta tragedia.
En Camboya, el régimen comunista de los Jemeres Rojos obligó a los camboyanos a vaciar las ciudades y a trasladarse a campos de concentración de trabajo forzado. Así, el régimen liderado por Pol Pot condujo ejecuciones en masa, causó hambruna y llevó a la muerte de aproximadamente el 25 por ciento de la población total de su país.
En total, durante el siglo pasado la implementación del comunismo cobró la vida de alrededor de 100 millones de personas. El sufrimiento y la muerte de 100 millones de vidas humanas; ese es el legado del comunismo. Esta ha sido la peor catástrofe en la historia de la humanidad. En contraste, el Holocausto llevó al genocidio de 17 millones de personas a manos de los nazis. Si se incluyen todas las muertes durante la Segunda Guerra Mundial, la cifra estimada es de 80 millones. Esta guerra, la más sangrienta en la historia de la humanidad, se queda corta en comparación con el genocidio perpetrado por el comunismo a nivel mundial.
Hoy en día, los regímenes comunistas de Corea del Norte, Cuba y Venezuela siguen demostrando las trágicas consecuencias del comunismo en su implementación. Las pruebas históricas deberían ser suficientes para condenar moralmente a quienes defienden al comunismo como una utopía. Sin embargo, muchos socialistas y comunistas se niegan a reconocer esta realidad. Pero no hay excusa para tal mentira.
Pues el comunismo es una ideología genocida. El rojo de sus banderas jamás lo podrá ocultar.
Por: Nelson Carreras