La perdida de libertades viene acompañada inseparablemente por una pérdida de mercado, todas las dictaduras comunistas han acabado con el mercado. Por esto, cuando los estatistas me dicen que vivimos en «La Ley de la Selva», yo les digo que tienen razón, El Estado es el ente que impone su fuerza sobre los ciudadanos, o bien coartando sus libertades civiles y/o económicas, o bien esquilmando su riqueza. Erróneamente, proponen más Estado para resolver el problema.
En la selva, los más fuertes, o más inteligentes (en definitiva, los que tengan mayor capacidad de adaptación al medio) sobreviven y los que no, pues fallecen. En el ámbito de las instituciones políticas, por el contrario, los mediocres son quienes dominan.
Habría que preguntarse cómo es posible que sean los mediocres, aquellos fracasados en el ámbito privado los que triunfan en la política, preguntarse como obtienen aquellos que jamás han montado una empresa (desde una venta de limonadas en una playa hasta un gran superficie de tiendas) la prerrogativa de legislar sobre la actividad empresarial, el poder de decirle al ciudadano cómo, cuándo, dónde, de qué manera, puede o NO montar un negocio.
La forma de llegar al poder es los partidos políticos y los procesos democráticos. Gracias a ellos, los grupos organizados de mediocres consiguen imponerse sobre la probidad, la decencia y la moral. Este problema ya lo avistaron tanto los artífices de la revolución francesa como los fundadores de EEUU. Ambos, tenían claro que los partidos políticos constituían un serio peligro y les pusieron limites tratando de evitar que secuestraran al Estado y convirtieran al Estado de Derecho en un Estado de Partidos.
Esta dinámica no fuera tan peligrosa si se quedara en el ámbito nacional del Estado respectivo, pero a raíz del fin de la II Guerra Mundial se crearon una serie de instituciones políticas que no hacen más que reproducir los vicios de los estados nacionales pero a nivel internacional: ONU, BM, OEA, FMI, OPEP etc.
Así, los partidos políticos y sus mediocres copan el poder nacional e internacional, dejando sin salida a los ciudadanos, los cuales muchas veces votando con los pies (migración) buscan escapar de la mediocridad que todo lo carcome y vicia, que todo lo pudre y degenera.
Las practicas de buen gobierno, las tradiciones de convivencia, los valores y las leyes, no se salva nada. En vez de esto, se practica la mentira, la corrupción, el tráfico de influencias, el abuso de poder, y al corromper el derecho mediante la legislación llega la impunidad. Aquí es donde los estatistas se equivocan, creen que el problema es de «gestión», porque el problema no es que el Estado tenga muchas funciones, sino que se despilfarra el dinero. No entienden que el dinero se despilfarra porque el Estado tiene muchas funciones.
El Estado es coacción, el poder político representa el obligar a los ciudadanos a hacer lo que la élite extractora quiera. Como dice la Escuela de la Elección Pública: los objetivos de los políticos son en primer lugar conseguir el poder, en segundo lugar mantenerlo y por último, si él no puede que lo haga el partido. Esa es su agenda y su razón de ser, poco o nada les interesa a los gobernantes los intereses de los ciudadanos.
¿Y los virtuosos? pues fallecen en el camino político. Son condenados al ostracismo o expulsados de los partidos. Los mediocres se sienten bien rodeados de gente como ellos, así es como de 193 votos, 181 dan entrada a Venezuela al consejo de Seguridad de la ONU. Porque los mediocres quieren gente como ellos cerca.
Por: Dakar Parada | Foto: Joka Madruga