Supongamos que las autonomías no pudieran comerciar entre sí. ¿Qué ocurriría? Que el cava solo podría consumirse en Cataluña, que el jamón de bellota sería un privilegio extremeño, que los vinos de La Rioja se beberían solo en esa comunidad y un larguísimo etcétera. Es evidente que los consumidores (es decir, todos) ganamos con el libre comercioentre las autonomías. Disponemos de artículos que en nuestra propia región serían imposibles de fabricar y accedemos a una mayor variedad del resto.

Además, disfrutamos de esa mayor oferta a menores precios de los que habría en ausencia de libre comercio. Por un lado, la competencia es mayor, lo que obliga a las empresas a reducir márgenes y precios. Por otro, al fabricar para un mercado más amplio, el coste de producción por cada artículo es menor (por las llamadas «economías de escala»).

Repitamos el ejercicio a escala europea. Imaginemos que los países de la UE fuesen islas que no pueden comerciar entre sí. En este caso, solo podríamos tener los modelos de vehículos que se fabrican en España. No podríamos acceder al champagne francés, ni a los chocolates belgas, ni a los muebles de Ikea. No podríamos exportar el zumo de naranja valenciano, ni los diversos productos del metal vasco o asturiano.

Por las razones anteriores, es una gran noticia que la UE haya terminado de negociar un acuerdo de libre comercio con Canadá. Tras el proceso de ratificación de ambas partes, estaría vigente en 2016. Por su población (35,1 millones), este acuerdo equivale a incorporar a la UE a un país del tamaño de Polonia o dos veces Holanda. Por su PIB (1,2 billones de euros), equivale a ampliar la UE en casi un 9% o, lo que es lo mismo, a incorporar una economía algo más grande que la española.

Gracias al acuerdo con Canadá, entre otras cosas, se eliminarán casi todos los aranceles de importación, las empresas europeas podrán participar en las contrataciones del sector público canadiense y tendrán la posibilidad de ofertar servicios que hasta ahora no podían (por ejemplo, telecomunicaciones, ingeniería, arquitectura, etc.).

Si el libre comercio entre autonomías y entre países de la UE es ventajoso, como también lo será el libre comercio con Canadá, ¿por qué no lo sería un acuerdo semejante con Estados Unidos? Creo que las ventajas se multiplicarían, pues EEUU es un mercado de tamaño equivalente a la UE.

Aunque las negociaciones EEUU-UE llevan dos años (en julio próximo se realizará la décima ronda) y no hay un plazo concreto para terminarlas, ya hay voces que «alertan» de los supuestos «peligros» del TTIP (siglas en inglés con que se conoce el futuro acuerdo). El primero es el mito de que un acuerdo de libre comercio con EEUU provocaría la destrucción de empleo. Otro es que nuestros salarios menguarían.

Ninguno de esos mitos se sostiene: en los cinco primeros años tras entrar en la UE, España creó 1,7 millones de empleos (+15,6%). Al mismo tiempo, el poder adquisitivo del salario medio aumentó 9%. Si el libre comercio con la UE permitió crear empleo y mejorar los salarios, ¿por qué ocurriría lo contrario si se facilita el comercio con EEUU? Hay otros mitos, pero sería demasiado largo responder a todos.

El acuerdo de libre comercio firmado con Corea del Sur en 2011 fue un paso adelante (las exportaciones españolas a ese país crecieron un 65% desde entonces, más del doble que las ventas al resto de mercados) y el nuevo acuerdo con Canadá también lo será. Del mismo modo, las negociaciones con EEUU, lejos de ser una amenaza, constituyen una gran oportunidad para el empleo, los salarios y el bienestar de todos los españoles.

Tomado de: libremercardo.com  |  Foto: Alessandro Tortora