En la primera parte de esta nota, soslayé algunas ideas básicas sobre la correlación entre el comercio y la paz internacional. Los gobiernos del mundo harían bien en fomentar un mayor intercambio comercial, a fin de prevenir potenciales conflictos bélicos que otros gobiernos quieran iniciar. Sin embargo, ¿qué hacer con aquellos conflictos que no son impulsados por Estados sino por grupos armados no gubernamentales? ¿Qué hacer cuando la guerra la provocan organizaciones como las FARC en Colombia o Estado Islámico en Irak? La ausencia de libertad económica también puede ayudar a explicar estas escaladas de violencia.
Hoy la región más violenta del mundo es el Medio Oriente, situación que se agravó tras las guerras de Afganistán, Irak y Pakistán, y la conocida Primavera Árabe, una cadena de protestas y sublevaciones civiles cuyo estallido tuvo lugar un Túnez y se propagó a Egipto y otros países vecinos.
En Egipto, la Primavera Árabe condujo a un breve experimento con la democracia que ha culminado, por el momento, en un fracaso. Bajo control militar, los ciudadanos egipcios pudieron votar por quienes quisieran, excepto cuando el resultado no le gustó a la cúpula del ejército y éste llamó a nuevas elecciones. Mientras tanto, los egipcios sufrían una terrible escasez de combustible, comida y seguridad. Le siguió una cadena de violencia sectaria entre Sunita y Chiitas, que incluyó una sangrienta persecución de Cristianos Coptos. Se disparó hacia arriba la tasa de homicidios. Ante esta situación la mayor parte de Egipto recibió con los brazos abiertos el regreso de los militares, a quienes identificaban con tiempos de orden.
Eso sucedió porque la exigencia fundamental de la Primavera Árabe no era necesariamente la democracia, sino la libertad. Existe una diferencia crucial entre ambas: la segunda requiere de un Estado de Derecho.
Tomemos el caso de Mohammed Bouazizi, un vendedor ambulante que inició la cadena de protestas quemándose vivo en un mercado de Túnez. Según su familia, Bouazizi no tenía interés ninguno en política. Sólo anhelaba la libertad de comprar y vender, de construir su negocio sin tener que pagar sobornos a una policía que podía confiscar sus bienes al azar, armada con regulaciones insoportable.
Bouazizi se mató a sí mismo luego de que la policía confiscara todas sus frutas y un par de pesas electrónicas de segunda mano. Era todo lo que tenía. No parece una pérdida suficientemente importante como para suicidarse pero, al hacerse enemigo de la policía, Bouazizi comprendió que no le permitirían comerciar más. Hoy en día a Bouazizi lo llaman “el mártir que vino con la primavera“. Si fue un mártir del algo, fue del capitalismo.
Otro caso estremecedor es el Fadoua Laroui, una madre marroquí que se suicidó ante varias cámaras. Laroui explicó sus razones antes de prenderse fuego: “Voy a inmolarme para protestar contra la hogra y la exclusión económica”. Hogra significa desprecio por los pequeños comerciantes, el mismo desprecio que recibió Bouazizi de la policía. “La gente como Mohamed no entiende nada de política. Sólo quieren hacer negocios”, explicó el hermano de Bouazizi.
Todo esto ha sido comentado extensamente por Hernando de Soto, el célebre economista peruano, cuando viajó a egipto para investigar las causas de la Primavera Árabe. Su equipo de investigadores encontró que Bouazizi había inspirado 60 casos similares de auto-inmolación, incluyendo cinco en Egipto, casi todos ignorados por la prensa. La narrativa de una regulación al estilo de 1989, buscando un cambio de régimen político, era tan atractiva para Occidente que no buscaron explicaciones alternativas. Pero de Soto y su equipo rastrearon a quienes sobrevivieron sus intentos de suicidio y a sus familias. Una y otra vez encontraron la misma historia: eran protestas que exigían la libertad básica de adquirir y poseerras el mel (capital).
Para la mayor parte de los países emergentes, esa libertad no existe. En teoría, es un derecho protegido por la ley. En la práctica, cada negocio está sujeto a la adquisición de una licencia legal, profundamente enmarañada en burocracia que sólo pueden destrabar los que pueden permitirse los sobornos necesarios. Bajo Hosni Mubarak, por ejemplo, abrir una panadería pequeña en el Cairo tomaba más de 500 días de burocracia. Abrir un negocio en Egipto significa pasar por una treintena de organismos estatales. El árabe promedio debe presentar cuatro docenas de documentos y superar dos años de trámites para ser propietario legal de tierra o de un negocio. Si no obtiene el dinero suficiente, es condenado a toda una vida en el mercado negro, bajo el hostigamiento policial.
Para Hernando de Soto, esto explica mucho de la pobreza mundial. En los países más pobres no existe un intercambio constante de bienes de propiedad legalmente protegido. Los comerciantes no violan la ley; la ley los destruye. El resultado es una gran inestabilidad social. Grupos de ideologías extremistas reclutan fácilmente a tantos individuos desesperados, o consiguen su apoyo o su falta de oposición. Así van ganando fuerza, hasta llegar al punto en el pueden decidir los destinos de un país y llevarlo a la guerra.
En conclusión, tanto teorías económicas como correlaciones históricas apuntan a una idea importante que los líderes políticos, religiosos y empresariales no deben perder de vista: el libre comercio es un baluarte sagrado. Es sagrado porque promueve no sólo la prosperidad, sino también la paz global.
Quizás hoy sea necesario resistir “violencia con violencia” pero, una vez alcanzada una victoria o una tregua prolongada, la única forma de prevenir futuros conflictos armados será permitiendo el libre comercio. Será construyendo instituciones fuertes que defiendan la libertad individual de asociarse con otros e intercambiar bienes e ideas en paz.
Por: Michel Ibarra | Tomado de: libertadyprogresonline.org
Foto: Wiechert Visser