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Cuando hablamos de cambio de sistema, la mayoría de la gente entiende por esto el transitar de un conjunto de políticas públicas (económicas o sociales) con una tendencia ideológica particular a otras con una tendencia o inclinación diferente.
Lamentablemente la historia, y en particular la historia reciente, demuestra que el cambio de sistema por sí solo es insuficiente para alcanzar los resultados esperados. Existen variables de mayor peso que impiden que los cambios políticos aplicados sean suficientes; estas variables son todas componentes de un monstruo mayor llamado la Cultura.
El mejor ejemplo de la insuficiencia del cambio de sistema por sí solo es Chile. Al final de los años 80 y principios de los 90, Chile, un país sin mayores recursos naturales además del cobre, alcanzó niveles de desarrollo económico y social no vistos en Latinoamérica desde la caída en desgracia de Argentina a manos de los radicales y peronistas en las décadas de los 30 y 40 del siglo XX. Cuando contrastamos el caso chileno con Singapur o Taiwán nos damos cuenta que, aunque estos países tienen impresionantes similitudes en las condiciones en las que iniciaron su proceso de reformas, y ciertamente los 3 han alcanzado niveles respetables de desarrollo económico, la solidez de sus modelos es bastante diferente. La gran diferencia entre estos 3 países radica en su cultura y por ende en las instituciones fundadas a partir de ella.
La Cultura es un animal muy difícil de entender por su complejidad y está definida como el conjunto de tradiciones, comportamientos, valores, estructuras sociales y materiales que adoptan de forma general los miembros de una raza, religión o grupo social. La Cultura es formada a partir de la interacción de los individuos con el medio ambiente que los rodea y se ve influenciada y a su vez influye en la historia, las costumbres, la filosofía, la religión, el arte, la estética, la economía, las instituciones políticas, el lenguaje, las relaciones con agentes externos en incluso el medio ambiente que rodean a una nación.
La historia
La historia de cómo estos países cambiaron sus sistemas es, en su inicio, bastante similar. Taiwán fue el resultado del exilio forzoso del Kuomitang chino al mando de Chiang Kai-Shek, quienes, al verse obligados a escapar del gobierno comunista de Mao en tierra firme, deciden establecer una dictadura en la isla, que se convertiría en el último reducto de resistencia. Singapur, es el resultado de la “dictadura” de Lee Kuan Yew y del PAP quienes, para frenar la influencia comunista de China, decidieron limitar la democracia en la ciudad estado hasta poder desarrollar la economía. Chile, por su parte, es el producto de la dictadura de Augusto Pinochet, quien llegó al poder tras el golpe de estado de 1973, con el que se depuso al gobierno comunista de Salvador Allende.
Los 3 países se vieron influenciados por la presencia de un elemento externo que trataba de cambiarlos. Este elemento era el comunismo que, para los casos asiáticos, estaba representado por China; mientras que para Chile la fuente de influencia provenía de Cuba y en su defecto de la URSS. Adicionalmente, debido a la guerra fría, también jugaba un rol importante en los 3 casos, la presencia de los EEUU, cuyos gobiernos aupaban cualquier alternativa que pudiese frenar el avance socialista. Una diferencia fundamental entre Chile y los casos asiáticos, es que la amenaza aparente para Chile pareció desaparecer con la caída del Muro de Berlín pero esto nunca fue una realidad del todo para Singapur o Taiwan quienes hasta el sol de hoy aún se encuentran bajo la amenaza de su vecino del norte.
Aunque existen similitudes y los 3 países se encuentran en una posición económica muy superior de la que estaban al inicio de sus procesos de cambio; el sistema chileno se encuentra en franco retroceso y esto se debe a que, aunque el sistema chileno cambió, su cultura nunca lo hizo lo suficiente como para sostener el nuevo modelo. A diferencia de Chile, que proviene de la versión hispana y católica de la tradición judeo-cristiana; los asiáticos provienen de la tradición de trabajo duro del confucianismo (y otros como el taoísmo y budismo), que enseña a los individuos a obedecer unas rígidas jerarquías de poder, pero a su vez enseña que el gobernante se debe a su pueblo como un fiel sirviente (Lo primero adoptado rígidamente por el gobierno chino mientras que lo segundo ha sido censurado fuera de la tradición sin piedad). Pero Latinoamérica no es así; acá somos irreverentes a la autoridad y vemos los puestos de poder más como posiciones de prestigio que como puestos de servicio; nos gusta el poder para dominar y no para ayudar a otros y esto ha derivado en una cultura donde los incentivos están en conservar el poder a toda costa. Además, la cultura hispanoamericana carece del aprecio al trabajo y al ahorro que otras culturas del mundo gozan a lo que se suma el que sufrimos de arrogante elitismo social e intelectual; siendo este último una tara que nos impide ver la realidad de otros y del sistema en general, debido a nuestros sesgos ideológicos.
Estas características de la cultura hispanoamericana, sumadas a muchas otras, que no hay tiempo de mencionar, son la razón por la que el cambio de sistema en Chile no ha funcionado del todo bien y por lo que el país austral se encuentra en la encrucijada hoy en día.
Hay que copiar al Marxismo
Si, hay que copiar de los marxistas, pero no su fracasado modelo económico o su totalitarismo de gobierno, sino su capacidad de escuchar y ser empáticos con otros; pero sobre todo en su capacidad de entender la cultura y su manera de operar.
El Marxismo, al verse derrotado en el campo económico con los fracasos de la URSS, Cuba, Europa del Este, China y Corea del Norte, decidió abandonar esa lucha y dirigir su atención a la batalla de la cultura más ampliamente entendida. De la mano de la crítica social de la escuela filosófica de Frankfurt y más tarde del Postmodernismo, penetró la sociedad usando como base cada aspecto de Occidente que fuese posible criticar. Y vaya que la sociedad occidental tiene cosas criticables, hemos sido complacientes y manipuladores de la verdad en muchas oportunidades, pero en el fondo somos la cultura más abierta a la crítica constructiva y a intentar el cambio para mejor.
Pues bien, el marxismo-cultural ha tomado como suyas banderas de causas basadas en problemas reales, las ha revestido de contenido anti occidental y las ha proyectado de forma política como críticas, que ya no buscan ser constructivas, sino que, en cambio, apuntan a desmantelar los cimientos culturales que nos sostienen.
Se han enfocado en modificar nuestra relación con el medio ambiente pero no ayudando a la transición a nuevas tecnologías sino demandando la muerte de millones de industrias y por ende de empleos. Han atacado a la religión, pero no como una crítica que busca develar el significado real de ritos y textos sagrados sino una que pretende anular su validez simbólica. Insisten en cambiar nuestra historia, no conformándose con que se haga la necesaria mención de los errores y villanías cometidas por nuestros héroes en su contexto temporal, sino demandando que se les excluya por completo de libros de historia y monumentos.
Han disfrazado sus regímenes y se han presentado como nuestros amigos cuando en realidad siempre han querido nuestra caída. Se infiltraron en nuestras instituciones educativas, convirtiéndolas en campos de adoctrinamiento en lugar de espacios para el pluralismo y contraste ideológico. Están ayudando a pervertir nuestros sistemas financieros valiéndose de nuestro deseo de riqueza rápida. Nos están fragmentando como sociedad hasta el punto de la cuasi tribalización en bases de género, etnicidad, raza, preferencia sexual y religión. Nos inculcaron la idea de que la defensa personal es errónea y el porte de armas un crimen. Incluso han empezado a modificar nuestro lenguaje por medio de la corrección política y usando para ello la descontextualización de la libertad de expresión… Pero lo peor de todo es que los hemos dejado y ahora tememos oponernos.
Ellos entendieron la cultura, nosotros no.
¿Y quién podrá defendernos?
Pues de momento nadie, a punta de políticos del showbiz que prefieren salir desnudos o bonitos en Instagram y pelearse entre ellos para ver quién es más de esto o de lo otro en un espectro político que a nadie en verdad le importa además de a ellos; con unos estrategas de yoyo que no pueden ver la magnitud del verdadero enemigo; con una sociedad de avestruces que estupidizadas prefieren mostrar sus garras sólo a través de redes sociales; con individuos que solo buscan una ganancia rápida hoy en cualquier juguetito mágico digital en lugar de pensar en las consecuencias a largo plazo de sus acciones; con gente que aplaude patanes; con un mundo que se niega sentarse con su vecino y escuchar sus problemas reales o percibidos para ayudarlos, con una realidad virtual que nos hace creer que mi verdad y mi realidad ideológica son las únicas válidas y quien no esté conmigo es mi enemigo… pues con ese tablero de juego y sin entender ni querer cambiar la cultura, estamos derrotados.
El cambio empieza por la cultura, por tomar lo bueno que hemos construido y empezar a reforzar donde somos débiles. El cambio empieza por advertir la naturaleza del enemigo real y clasificarlo como tal; por aprender a escuchar al otro (si incluso al socialista) para tratar de entender sus problemas reales o percibidos para agruparlos con los nuestros, buscar cosas en común y resolverlos en la medida de lo posible. De ser necesario, el cambio cultural requiere modificar nuestra narrativa social y sincerarse en los errores pasados. Hay que construir sociedades donde, sin perder el individualismo, entendamos la necesidad de colaboración con la comunidad, pues de nada nos sirve estar bien nosotros si nuestros vecinos padecen penurias. Tenemos que cambiar nuestro lenguaje e instituciones para premiar el trabajo, la innovación y el sacrificio por servicio a otros. Debemos desmontar el elitismo y la prepotencia del poder por modelos de humildad y servicio, hasta un punto donde las sociedades sean naturalmente más llanas, pero sin perder el simbolismo de la jerarquía. Esto entre millones de cosas más que son necesarias, sólo se logran si cambiamos la cultura
Debemos desmontar el elitismo y la prepotencia del poder por modelos de humildad y servicio, hasta un punto donde las sociedades sean naturalmente más llanas pero sin perder el simbolismo de la jerarquía. Esto entre millones de cosas más que son necesarias, sólo se logran si cambiamos la cultura.