Que la administración Trump haya hecho una declaración oficial acerca de lo que ya todos los venezolanos conocíamos desde hace tanto tiempo, es uno de los mejores descubrimientos de agua tibia que han podido ocurrir en los últimos años, y más después de que perdiésemos toda esperanza de que la administración Obama, gran compinche de los socialismos totalitarios de Iberoamérica, lo hiciera en su momento.
Sí, me refiero a las sanciones impuestas a personeros gubernamentales venezolanos por el lavado de su dinero mal habido, concretamente a Tareck El Aissami y a uno de sus testaferros, Samark López Bello —aunque de seguro hay otros—. No me voy a volver pro-Trump por esto, pero sí reconozco que me da placer saber que ahora Venezuela se ha convertido en una cárcel para ellos, que ya no podrán disfrutar de la buena vida en el exterior o al menos en Estados Unidos —destino vacacional por excelencia de la oligarquía bolivariana—.
Como dije al principio, a un venezolano no le sorprendería que hayan salido a la luz esos chanchullos que Tareck y sus socios tienen con cárteles del narcotráfico y con grupos terroristas islámicos, pero sí hay quienes se preguntan cómo un funcionario público —que exalta la pobreza y pregona que ser rico es malo— ha podido corromperse al punto de convertirse en lo que tanto vilipendia.
La respuesta es muy sencilla: el socialismo. En una sociedad con poco Estado, la corrupción sería el menor de los problemas por el simple hecho de que las instituciones no estarían alienadas, serían independientes y, por tanto, muy difíciles de manipular. Esto restaría cualquier posibilidad de que un deshonesto llegase muy lejos como efectivamente sucede, en cambio, en una sociedad totalitaria (con un Estado muy grande). En esta última las motivaciones para la corrupción son prácticamente infinitas, y es que el Estado, al tener el monopolio sobre la violencia y al quitarnos el dinero cuando quiere o al financiarse a costa del poder adquisitivo de los ciudadanos, se puede dar el lujo de hacer lo que le plazca, aun si eso implica saltarse “una que otra” norma. Tal y como decía el venerable Bastiat: “el Estado hace cosas tales que, si las hiciéramos nosotros, iríamos presos”.
Y no solamente estoy hablando de unos cuantos kilos de coca o de lotes de cédulas de identidad venezolanas para los terroristas del Hezbollah, estoy hablando de concesiones mineras, importación de alimentos para PDVAL (y ahora CLAP), medios de comunicación, producción de eventos de farándula y más…
Sólo hay que ver la lista de empresas que han servido de lavadoras de la plata de El Aissami para darse cuenta de que, en socialismo, la corrupción no tiene límites.
Aunque ahora se esté hablando sólo del árabe, recordemos que en algún momento se ha hablado de Diosdado, de la hija del Intergaláctico y de los narcosobrinos, y de seguro en el futuro se hablará de otros, que no sólo serán P$UVistas, sino MUDistas, porque en el fondo todos estamos claros que los políticos en general, sean del bando que sean, están bien lejos de ser gente honesta.
Lo que más me resulta curioso y que es lo que verdaderamente nos debería preocupar del caso es que todos esos políticos son y se declaran socialistas. Todos afirman creer en un sistema en el que el Estado juegue el rol crucial de controlar la sociedad, y eso es precisamente en lo que creía el “Che” Guevara, uno de los asesinos más prolíficos de la historia latinoamericana; también es lo que profesan las FARC, que controlan una buena parte del negocio de la droga en todo el mundo; y también es en lo que creen los terroristas islámicos a los que Tareck El Aissami tanto ayuda, que son además los más grandes capos del opio y sus derivados (como la heroína) en el mundo.
El socialismo es el mecanismo más utilizado por los poderosos para hacerse con el dinero y las influencias que no conseguirían por vías honestas, y los hechos recientes acaecidos en Venezuela lo que hacen es seguir demostrándolo.
Por Nixon Piñango.