Como hobby me gusta escribir cuentos, novelas y poemas -esas cosas que sólo pueden ser hobbies y más en un país como Venezuela-. Últimamente, me he interesado por la ciencia ficción y en combinar este género con mis ideales liberales. Me gusta imaginar mundos futuros donde la libertad juegue un papel fundamental; se ha vuelto una tarea divertida y hasta didáctica, porque me ha permitido experimentar con los postulados de la Escuela Austriaca de Economía, visualizarlos de forma práctica y afianzar mi fe en ellos.
Por supuesto, evocar una Venezuela donde la libertad individual sea protagonista es un atrevimiento que raya en lo utópico, y más si tomamos en cuenta las condiciones en las que hoy está el país, con el 90% del PIB intervenido por el Estado y el otro 10% controlado con un variopinto y vampírico abanico de regulaciones. Pero también lo he hecho como un ejercicio para el desahogo, para escapar imaginariamente de esta crítica realidad.
He creado una Venezuela por allá por el 2050 sumergida en una prosperidad que ha convertido a sus ciudadanos en una suerte de autómatas que se toman muy en serio cada acción que ejecutan, porque yo tengo la teoría de que la libertad -que no es perfecta, como todo- es aburrida. Un mundo libre es un mundo en el que la mayoría de las normas son acuerdos espontáneos que se limitan a facilitar la convivencia, de modo que al no haber leyes impuestas por un poder supremo, la gente cuida más sus acciones, trata de no dañar apelando al beneficio propio que implica el no ser dañado.
¿Una Venezuela honesta y próspera? Suena a ciencia ficción, porque lo es, porque la he planteado en negro sobre blanco y nunca la hemos visto en la realidad palpable.
He creado una Venezuela al saliente de una atroz dictadura bolivariana, una fase autocrática y desarrollista del régimen totalitario que tenemos hoy. En ese hipotético lugar, hay una moneda que no se deprecia pues es muy difícil expandir artificialmente su oferta al estar basada en el patrón oro. Un entorno así, en el que de paso hay facilidades para la creación de riqueza, mantiene una perenne deflación; cada vez los productos son más baratos y de mejor calidad, y el grueso de la riqueza no se concentra en el consumo sino en las etapas de producción más alejadas de éste.
En la Venezuela de mi imaginación, la gente no andaría con billeteras, sino con monederos pequeños que cargarían piezas mínimas de oro para medir por gramajes el precio de las cosas. Una botella de Coca-Cola costaría alrededor de 10 miligramos de oro, es decir, una moneda delgada del tamaño de un botón de camisa masculina o incluso más pequeña. Por su parte, un automóvil del año estaría al rededor de los 80 gramos de oro, el equivalente a 4 sueldos de un profesional o a la ganancia mensual de un comerciante promedio.
Las grandes ciudades de entonces serían raramente más autosustentables debido a que la búsqueda de la máxima rentabilidad haría del ahorro una prioridad. Los edificios, quizás muy altos para entonces -hasta de un kilómetro y medio de altura-, producirían gran parte de la energía eléctrica que consuman, a través de métodos alternativos como la captación de energía solar, las plantas eólicas, etc.; asimismo, reciclarían y reutilizarían más y le encontrarían un uso práctico a los desechos.
Una corporación farmacéutica vendería sus medicamentos en contenedores de líquido salitre coagulado, los cuales se disolverían en el agua y serían más baratos de producir y menos impactantes para el medio ambiente que los actuales contenedores de plástico y aluminio. Esos medicamentos serian píldoras para curar el cáncer de pulmón en dos semanas de tratamiento o células madres para tratar efectivamente una fractura de hueso o una fisura muscular en tan sólo un par de días, porque se supone que los avances científicos en un mundo libre estarían orientados a la eficiencia, en función de las verdaderas necesidades de la gente, y no a acrecentar los beneficios de determinados lobbies económicos.
Entre automóviles eléctricos y dispositivos para proyectar hologramas realistas, solo evoco el poder de la creatividad empresarial cuando se cobija en entornos de posibilidades, sin burocracias parasitarias o gobiernos confiscatorios. Imagino lo que sería el nivel de riqueza en una Venezuela libre: Si en una como la de hoy sus habitantes han creado mecanismos audaces para evadir la crisis, en una libre ese talento podría convertirnos inclusive en la nación más próspera del planeta. ¿Quién no quiere vivir en esa Venezuela?
Me parece que poner a la gente que te lee a vivir -aunque sea a través de la narrativa- en un mundo libre, con todos sus pros y sus contras -más pros que contras si queremos ser buenos mercadistas de ideas-, es una buena forma de transmitir la idea de la libertad. A pesar de no tratarse esta de una cuestión instrumental sino moral, solo cuando las personas están frente a sus beneficios más prácticos es que comienzan a verla de una manera distinta, a entenderla e incluso a compartirla.
Por: Nixon Piñango | Foto: Elentir