Hace unos días estaba haciendo zapping en YouTube por varios canales que sigo y me encontré con un video de la presentación del libro “Tribus liberales”, en el canal del Instituto Juan de Mariana. La doctora en economía, María Blanco, quien es la autora de ese libro, decía que nadie tiene la potestad de alegar que determinado “alguien” no es liberal a pesar de que él (o ella) diga que lo es, básicamente porque liberales hay de muchos tipos y cada quien tiene una particular interpretación del término. No obstante -y como le tengo miedo al relativismo- me atreveré a discrepar de la doctora sin que para mí deje de ser una de las liberales femeninas más importantes y brillantes de este siglo.
Pero vayamos a los hechos mundanos que es lo que nos interesa. No sé si ya se hayan dado cuenta de que hay una extensión del adjetivo “liberal” entre la gente, sobre todo entre jóvenes que -gracias a Dios- aun no han sido inducidos a la doctrina del mal: el socialismo marxista. Estos se dicen a sí mismos “liberales”, lo cual no significa que lo sean en realidad, simplemente porque ser liberal implica seguir un estilo de vida que a su vez está ligado a una determinada filosofía o serie de conocimientos de carácter social, político y económico.
La connotación que esos jóvenes de los que estoy hablando le dan a la palabra “liberal” tiene que ver más con cosas de carácter existencial, cosas como lo que la gente hace o considera correcto que se puede hacer en la cama, por poner un ejemplo. Se creen liberales aquellos que ven bien a los clubs swingers aun si están de acuerdo con tributar para que el Estado pague la construcción de canchas de fútbol en los barrios y que los malandros -aparte de matar y robar- se diviertan de vez en cuando.
Pues no, un liberal es alguien que está en contra de la tributación indiferentemente de cual sea su opinión sobre los clubs swingers o sobre la gente que los visita, y es que la connotación de la palabra “liberal” no tiene mucho que ver con el sexo (alguien puede perfectamente estar en contra de esos clubs y ser liberal), pero sí tiene que ver con los impuestos, por lo que es inconcebible un liberal que esté a favor de la tributación. O sea, si estás a favor de los impuestos, no eres liberal, ¡he dicho!
El respeto por la libertad individual te hace inmune a la “moralina”, esa pastillita invisible que te daba tu mamá cada que veías un culo en televisión o a un hombre afeminado caminando con “tumbao” por la calle. En nombre del liberalismo, uno puede no horrorizarse frente a esas cosas; lo que no puede hacerse en nombre del liberalismo es promoverlas, porque no tienen nada que ver con la doctrina.
Si te dices “liberal” y quieres abrir el pico para hablar del aborto (por ejemplo), no digas «yo soy liberal y por eso me parece bien de pinga que las mujeres aborten», ¡no!, mejor di: «independiente de lo que yo piense sobre las mujeres que abortan, si una de ellas quiere hacerlo, nadie debe interferir en eso».
La disolución del contenido en la palabra “liberal” ha hecho que la gente piense que los liberales somos promotores de la juerga y la impudicia, y por eso suelo ser muy inquisidor con los que alegan serlo, porque -si resulta que en realidad no lo son- entonces le están haciendo daño al gremio con sus promociones licenciosas. Aparte, encuentro cierto placer en desenmascarar a socialistas y conservadores que se esconden bajo el velo más políticamente correcto del liberalismo (el que tiene que ver con los temas de vanguardia), es algo divertido, sobre todo cuando son reacios a aceptar que no son lo que creen ser.
Por: Nixon Piñango | Foto: Alexandre Syrota