“Todo dictador es un místico, y todo místico es un dictador en potencia. El místico anhela la obediencia de los hombres, no su acuerdo. Quiere que ellos rindan su consciencia a las afirmaciones, los edictos, los deseos, los caprichos de él – igual que la consciencia de él se ha rendido a la de ellos. Quiere relacionarse con los hombres por medio de la fe y la fuerza – no encuentra satisfacción en el consentimiento de los demás si tiene que ganárselo por medio de hechos y de razón. La razón es el enemigo al que teme y a la vez considera precario: la razón, para él, es una forma de engañar; él siente que los hombres poseen algún poder más potente que la razón, y sólo el que los demás le crean sin causa o su obediencia forzada pueden darle a él una sensación de seguridad, una prueba de que ha conseguido control de ese don místico que le faltaba. Su ansia es mandar, no convencer: la convicción requiere un acto de independencia y descansa en el absoluto de una realidad objetiva. Lo que él busca es poder sobre la realidad y sobre los medios de los hombres de percibirla, la mente de los demás, el poder de interponer su voluntad entre existencia y consciencia, como si, al aceptar falsear la realidad que él les manda falsear, los hombres pudiesen, de hecho, crearla”. Fragmento del libro la Rebelión de Atlas de Ayn Rand.
Si bien no todo saqueador es un dictador, todo dictador es un saqueador. Al fin y al cabo, todo dictador también es un místico. Y en Venezuela encontramos a estos en todos los espacios de la política y la sociedad.
En la política
Los podemos ver con su falsa humildad, hablando en nombre del pueblo defendiendo -como antes he dicho- lo revelado. Pero en el estudio de los partidos venezolanos que forman parte de la Unidad, es curioso ver con su verbo místico a socialistas, socialdemócratas y progresistas hablando en nombre de una de las abstracciones más peligrosas del mundo; esa sin duda es, la abstracción llamada pueblo. Una palabra poderosísima que al igual que el anillo de Sauron (el personaje antagonista de los libros de Tolkien), es una palabra para gobernarnos a todos, una palabra para encontrarnos, una palabra para atraernos a todos y atarnos en la dependencia y la miseria colectivista.
Ellos -los místicos de la unidad- no conciben como su primer adversario al gobierno, ya que gracias a un modelo de privilegios, ellos también han gozado de beneficios y pretenden con tesis solo electorales, vencer a una fuerza que no solo se debe vencer en las urnas sino en las calles ejerciendo el mayor y más honorable título que podemos tener y es: ser ciudadanos libres. Estos místicos y colaboracionistas de los dictadores que están en el poder, odian sobremanera la razón, esa razón que saben va más allá de sus creencias de poder con una planificación intervencionista “arreglar a la sociedad”, moldearla a su capricho y ética estatista.
Pero en la política, lo que más preocupa son los jóvenes, esos que en partidos que enseñan que esclavizar a un ciudadano para mantener a otros es algo moral, o como su retórica progresista expresa con gran resentimiento alabando a la “justicia social” que solo es un ajusticiamiento individual a quien crea y produce. A esos jóvenes hay que sacarlos de sus gríngolas ideológicas para que ya no sean prototipos de místicos y entiendan la importancia de la libertad, la propiedad y los derechos individuales. Y eso se hace asumiendo la lucha y la batalla de las ideas, ideas que -como Rand decía- son para entender que para ser libre un hombre debe ser libre de sus hermanos, es decir, de otros hombres que quieran saquearlo.
En la sociedad
Los encontramos en las sectas religiosas, imponiendo sus creencias y no respetando las creencias de los demás, acusando a honestos parámetros católicos de falsos profetas y saqueando a los ingenuos con aceites y pésimas mágicas, diciéndoles como orden, cómo deben vivir su vida. Los detectamos en las empresas resintiendo, envidiando a quien tuvo la idea de crear la organización y odiando el trabajo de quien produce y utilizando su razón y sus capacidades individuales para obtener ascensos.
Estos -los místicos cotidianos- son los más comunes, quejándose, envidiando la riqueza creada y deseando ser ellos quienes impongan un “bienestar general” que al fin y al cabo, como todo modelo místico, termina por la destrucción y el fracaso propio y del entorno dependiendo la influencia y el poder del místico.
Como ciudadanos debemos vigilar permanentemente cualquier atentado contra la libertad; debemos luchar por ella en los lugares donde corre peligro e identificar a nuestros aliados, esos que desde sus espacios crean riqueza, respetan los derechos de los demás y exigen el respeto de los propios; esos que alzan la voz en la política diciendo que la lucha es ética y épica, y que están dispuestos a encontrar la salida del desastre y lucharan hasta vencer. También debemos hallar a los aliados cotidianos, personas íntegras y decentes que no quieren ser dependientes, los que desprecian el saqueo y los vicios, esos que no se dejaran anular por visiones tribales o esclavistas de místicos progresistas trasnochados.
Por: Anderson Riverol | Foto: todayifoundout.com