De los diversos placeres que el hombre puede ofrecerse a sí mismo, el más grande es el orgullo, el placer que obtiene de sus propios logros y de la creación de su propia personalidad. El placer que se deriva de la personalidad y los logros de otro ser humano es el de la admiración. La máxima expresión de la más intensa unión de estas dos respuestas -el orgullo y la admiración- es el amor romántico, cuya celebración es el sexo.
La virtud del egoísmo – Ayn Rand
El orgullo está estrechamente vinculado a la personalidad, y lejos de ser un defecto: es una virtud. Lo es, porque solo aquella persona que es capaz de fijarse metas, objetivos, y emplear todo su potencial, capacidades y talentos para alcanzarlas, puede experimentar el placer que del orgullo se deriva. «Estar orgulloso», lejos de ser la posición de prepotencia de un necio, es la satisfacción que cada persona experimenta por haber logrado lo que se propuso, por sus propios medios.
Es por eso que, quien siente orgullo de lo que es, buscará admirar a personas que representen para él o para ella un ejemplo a seguir. La admiración hacia otra persona se deriva del reconocimiento de que él o ella, posee virtudes que son dignas de respeto. Es reconocer que esa persona es capaz de mantener valores y principios firmes, que no intenta ganarse lo que no se merece y que siempre actúa con integridad inquebrantable.
El orgullo y la admiración solo son posibles para personas que pueden mantener firmemente una filosofía de vida racional, y la combinación de ambas entre dos personas conlleva a lo que conocemos como: amar.
Por: José Miguel | Foto: Dr. House