Ha sido una mala costumbre de las sociedades donde la pobreza supera con creces a la clase media y por supuesto, a la clase alta, atribuirles un sobrestimado poder a esa gran masa por el simple hecho de representar la mayoría. ¿Qué clase de poder se le atribuye? El de tener la capacidad de determinar el destino de toda una nación.
Puede que algunos consideren a los sectores populares como “la raíz de todos los males” porque de ellos se desencadenan usualmente olas de violencia, delincuencia, y cuando un gobierno es populista, los utiliza como medio para perpetuarse en el poder a través de los huecos de una democracia ilimitada. Pero hay otros grupos que consideran que “la esperanza” está en esos sectores, precisamente por esa cultura de “lo que la mayoría decida”, hasta el extremo de pensar que un país en crisis sólo puede ser salvado “si los cerros bajan”.
Cada sector en un país vive en su propia realidad, en su propia burbuja. Para los adinerados, siempre y cuando puedan mantener el estilo de vida al que están acostumbrados, puede que una crisis generalizada les resulte más sencillo de soportar. Para la clase media, que es la trabajadora, la visionaria, la que representa a esos emprendedores con sed de superación y a ese capital humano que hace vida en el sector privado, una crisis generalizada puede significar la frustración de sus objetivos personales al no poderlos alcanzar, no porque sean incapaces sino porque existen factores que no pueden controlar. Pero para la clase baja, esa que está acostumbrada a vivir con carencias y con dificultad para satisfacer sus necesidades primarias, una crisis generalizada puede ser más de lo mismo.
¿Qué país desarrollado ha logrado calidad de vida y producción gracias a que “los cerros bajaron”? Todo lo que han alcanzado ha sido posible gracias a que individuos libres surgieron, porque la libertad y las condiciones de respeto hacia sus derechos les han pavimentado el camino hacia el progreso, permitiéndoles crear riqueza donde solo había recursos naturales. Los sectores en situación de pobreza en esas naciones han visto los beneficios que las libertades individuales les han ofrecido; una luz al final del túnel que ha significado oportunidades de superación, calidad de vida, acceso a servicios que no imaginaban poder costear y ofertas de empleo que se concretan mediante acuerdos libres y voluntarios, en una relación de ganar-ganar.
Si lo que se trata es de buscar un “salvador” en alguno de los sectores, el único que tiene potencial para propiciar un salto de la miseria hacia la abundancia, de la impunidad hacia la justicia, de la dictadura hacia la libertad, es: la clase media. ¿Qué deben hacer quienes la constituyen? Romper esa burbuja del día a día que los tiene absorbidos, que no los deja ocuparse más que por la urgencia por mantener sus trabajos, pagar créditos, gastos fijos y hacer el mercado. La clase media tiene algo que la clase baja no: mejor educación; y además cuenta con esa sed de superación que en la clase alta está adormecida porque se encuentran en su zona de confort.
El día que la clase media descubra que no hay camino hacia la libertad sino que la libertad es el camino, que reconozca sus propias virtudes y haga valer sus derechos individuales; que explote su potencial para determinar el destino de una nación y borre de su disco duro esa inocente espera por una clase baja abrumada de pobreza, podrá toda la sociedad hablar de esperanza y comenzará a transitar su camino hacia el desarrollo. ¿Quién podría negarse a mejor calidad de vida? Los pobres lo agradecerán.
Por: José Miguel | Foto: Zuhair Ahmad