Hace algunos años, mi padre compartió conmigo un poema del uruguayo Mario Benedetti llamado «La conciencia más conciencia». Desde entonces, suelo recordar continuamente que por más que el hombre intente evadir el juicio entre el bien y el mal, ese juez llamado «conciencia» siempre lo va a alcanzar. Lo comparto:
La conciencia más conciencia
Para la mayoría de los actuales adultos la conciencia es un contratiempo del pasado, una voz fastidiosa que exigía conductas intachables pero casi siempre incómodas, trozos de sacrificio o penitencias del alma. Por lo general, se trata de sumergirla en el olvido, pero es obvio que el olvido está lleno de memoria.
En los jóvenes la conciencia no está dormida: aquí y allá dispara sus dardos morales, sus reproches y sus anuencias. De algún modo es un amparo, un sostén.
Alguna vez escribí un poema acerca de su entrañable misión, como una forma quizá demasiado personal de definirla. Aquí va:
La conciencia es ubicua la siento a veces en el pecho pero también está en las manos en la garganta en las pupilas en las rodillas en los pulmones pero la conciencia más conciencia es la que se instala en el cerebro y allí ordena prohíbe festeja y hasta recorre interminablemente los archipiélagos del alma la conciencia es incómoda impalpable invisible pero incómoda usa el reproche y las bofetadas las penitencias y el sosiego las recompensas y las paradojas los gestos luminosos y libertarios pero la conciencia más conciencia es la que nos aprieta el corazón y vaga por los canales de la sangrePor otra parte, el tiempo desgasta y muchos jóvenes que estuvieron firmemente afiliados a un ideal, paulatinamente se van afiliando a las coyunturas del poder. Y entonces, los escrúpulos aflojan, la conciencia se mete en su cueva y el adulto pasa a ser otra cosa, con otro infecundo albedrío. Como ha denunciado el mexicano José Emilio Pacheco, <<ya somos todo aquello / contra lo que luchamos a los veinte años>>.
Mario Benedetti – Memoria y Esperanza
Por: José Miguel | Foto: Timo Waltari